José Ramón Calvo, asesor estratégico del Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación y académico de número y presidente del Instituto de Cooperación Internacional de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), reflexiona sobre el archivo del científico canario Blas Cabrera tras la repatriación de sus restos desde México a Tenerife en el artículo «La pugna por el legado de Blas Cabrera: difama que algo queda», publicado en el portal 65ymás el pasado 5 de noviembre. Cabrera fue director del Laboratorio de Investigaciones Físicas, rector de la Universidad Central de Madrid, presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, miembro de la Real Academia Española, presidente de la Sociedad Española de Física y Química, director del Instituto Nacional de Física y Química y del Comité Científico de las Conferencias Solvay, en este caso avalado personalmente por Marie Curie y Albert Einstein, entre otros destacados cargos vinculados a su labor como investigador y docente en el ámbito de la Física. Sin embargo, su posicionamiento a favor de la República le hizo exiliarse tras la victoria del bando sublevado en 1939. Murió en México en 1945.
«Uno de sus nietos, físico y arquitecto, secundado por una parte de la familia, ha decidido, movido por razones difíciles de entender después de muchos años de silencio e indiferencia sobre el legado de su abuelo, emprender una cruzada para ‘recuperar’ de repente y con prisas esos documentos de Blas Cabrera, sobre cuya figura, por cierto, no se le conoce hasta ahora ningún escrito relevante, ninguna reivindicación científica histórica ni ninguna acción directa para mostrar al público español y universal la grandeza de uno de sus más preclaros científicos», inicia Calvo su artículo. En este sentido, avala por dotar al significado científico de un valor que el actual debate ha convertido en una riña que no tiene en cuenta la magnitud de la figura de Cabrera. «Aunque la lógica me dice que estos documentos, de estar depositados en algún sitio en Canarias, debería ser Lanzarote, su lugar de nacimiento, si sus autoridades hubiesen hecho los deberes ante hijo tan ilustre y hubiesen construido un museo en condiciones que honrara su memoria y mostrara al mundo la importancia de sus contribuciones. En mi opinión, esos documentos son parte de la historia científica de nuestro país y no tendría el menor sentido que estuvieran almacenados en una caja».
El presidente del Instituto de Cooperación Internacional de la RAED incide en la importancia que ha tenido en la recuperación de la memoria de Blas Cabrera el académico de honor de la RAED y destacado miembro de otras tantas academias e instituciones científicas Francisco González de Posada. «Estoy seguro de que su nombre hubiese pasado desapercibido, no ya para el gran público, sino incluso para las más jóvenes generaciones de científicos, como ya sucedió con otros ilustres nombres de la historia de nuestra ciencia. Creo honestamente que la única razón por la que Blas Cabrera es hoy alguien reconocido en el panorama cultural y científico español se debe al empeño, persistencia y tenacidad de una única persona, el profesor Francisco González de Posada, uno de nuestros más renombrados e ilustres académicos, que decidió hace muchos años que una figura señera como la de Blas Cabrera debía ser conocida y reconocida por las nuevas generaciones. Fruto de sus esfuerzos, de su tenacidad y de su relación directa con los descendientes del científico, le fueron cedidos una serie de documentos que su hijo Nicolás guardaba, con el fin de que fueran conservados y divulgados para conocimiento público», señala.
«Estoy convencido de que es González de Posada el más interesado, siendo el máximo experto en nuestro país y seguramente en el mundo, en la vida y obra del científico lanzaroteño, en que esos documentos tengan ese destino en el que ahora de repente, algunos de sus parientes han decidido volcar sus energías, a costa de difamar y tratar de manchar la inmaculada trayectoria académica y científica de González de Posada, cuyo único pecado ha sido preservarlos con mimo y cuidado para que puedan ser disfrutados en las mejores condiciones posibles por las generaciones venideras. Pero también estoy convencido de que él siente que ese legado del que ha sido fiel custodio durante tantos años no puede ser entregado alegremente y sin más consideración a aquellos que durante más de 70 años han olvidado su existencia y creo que deberán ser depositados cuando corresponda, en el lugar y bajo la tutela de aquellos que aseguren su conservación y difusión», concluye.