academico1La historia nos recuerda que Platón fundó su célebre Academia (387 a.C.) en unos jardines contiguos al santuario del héroe Academo. En la academia y a través de la docencia oral peripatética, creó un foro escogido de filósofos o amantes de la sabiduría. Ser académico, entonces como hoy, significa pertenecer a un grupo de intelectuales que piensan responsablemente nuestro momento histórico, a través de la investigación científica. Porque la vida de la Academia no puede, ni instalarse en la rutina atemporal de un saber jubilado, ni en la proclamación de verdades absolutas, ab-solutae, es decir, desvinculadas de la realidad plural. Como diría Kant, solamente el camino crítico, vigilante y comprometido, está abierto y transitable para el científico.

Ser académico es, pues, en primer lugar, ser testigo y testimonio de nuestro momento histórico. No podemos hablar del presente como de aquello que está a punto de ser empaquetado y expuesto en una vitrina frente al pasado, sino que reflexionaremos sobre el pasado para hacerlo presente, de cara a que nos proporcione opciones de futuro, porque en el futuro reside la vida y la esperanza. En este balance, a través del cual tomamos el pulso al tiempo, nuestra tarea crítica no será otra que la del tamiz y la criba.

Asistimos hoy a tiempos de cambio y turbulencia, en el esfuerzo por encontrar soluciones será necesario que seamos tan arriesgados como arraigados. En la investigación científica, que es nuestra tarea, no podemos ser sino interdisciplinares. La Real Academia de Doctores se basa en esta multiexperiencia científica. Sus miembros, procedentes del Derecho y la Economía, de la Medicina y la Psicología, de la Física y la Ingeniería, de la Geografía y de la Antropología, etc. configuran un haz de caminos de investigación que, si bien parten de esta perspectiva poliédrica de la realidad, aspiran a construir un saber de encuentro sobre la naturaleza y la cultura, en el cual pueda habitar el hombre.

«Ser académico es, además de un honor, una nobleza intelectual.»

El investigador de la ciencia en su tarea casi prometeica de robar la luz y el fuego, transforma, a menudo, su profesión en su propia pasión, lo que conlleva no pocas renuncias. Pero su austeridad militante, su aventura de búsqueda e investigación y su moral de servicio a los hombres comportan, también, notables gozos a través de los cuales construye una biografía de pasión y estilo diferentes. En una academia, sobre todo interdisciplinaria, todas estas biografías se dan la mano y laten sinérgicamente.

Ser académico es, además de un honor, una nobleza intelectual. Los académicos son como los patres conscripti o senadores, los prebísteroi o mayores, de la comunidad intelectual. Hay otras noblezas y otros honores, pero ser académico es diferencial.
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Se alcanza a ser académico desde la sedimentación de una biografía científica ya en plena madurez intelectual y en plena capacidad magisterial de docencia e investigación.

Corren tiempos de presentismo consumista de la imagen, de inmediatez sensorial, de deconstrucción y allanamiento igualitario, de devaluación axiológica en el que tener prevalece sobre ser, de irreverencia hacia lo sagrado y de falta de confianza en la inteligencia. En estos contextos, la Academia constituye el prestigio de la identidad, el honor de la responsabilidad y la nobleza del servicio.

La misión del académico no debe ser otra que la de acceder a la verdad, la de defender la vida, la de trabajar la ciencia y proclamar la convivencia intercultural.

Para el académico, como dice el texto clásico, nihil mihi alienum hurnani, nada de lo que concierne al hombre le es ajeno.