August Corominas, profesor de Fisiología Humana de la Universidad de Murcia y de la Universidad Autónoma de Barcelona y académico emérito y miembro del Senado de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), comparte con la comunidad académica el artículo «Can Ruti, historia de una ilusión», en el que aborda los difíciles inicios del reconocido hospital de Badalona hace ya cuatro décadas y que él mismo protagonizó como uno de los facultativos fundadores del centro. El académico ha compartido recientemente en esta publicación los artículos «La fragilidad de los mayores», «Los rostros del mal», «Maldad y crueldad. Apocalipsis destructivo en las guerras actuales», «La furia de los dioses», «Atención con la fragilidad y las caídas de los mayores», «La salud de los refugiados», «Fragilidad y antifragilidad», «La maldad de Putin» y «Nuevo apocalipsis y batalla de Armagedón», «Ser viejo o no», «Anti-Aging», «Grafeno: un elemento de gran futuro tecnológico», «Estadística de Hiroshima», «Vivir en la Luna» y «La dieta mediterránea». Además, es autor de uno de los capítulos del libro «Vitalidad al envejecer. Si lo deseas, puedes vivir más años con salud», editado por la Real Corporación con el apoyo de Vichy Catalán.
Can Ruti, historia de una ilusión
En 1979 se terminó la obra civil de Can Ruti y el nuevo hospital fue incorporando médicos jóvenes y vocacionales, ilusionados por cumplir las normas de un centro de gran nivel y alta tecnología. Eran tiempos difíciles, aún no se habían realizado las transferencias sanitarias a las comunidades y la sanidad dependía íntegramente de Madrid. Teníamos que hacer un plan de puesta en marcha de un gran hospital, pero Madrid decía que no, porque hacía falta dinero. Éramos 12 médicos con ganas de ofrecer una medicina hospitalarias de calidad, que combinase asistencia, docencia e investigación, pero en esos principios no era posible. Los políticos nos preocupaban, porque cada partido quería sacar rendimiento del hospital. Los médicos queríamos trabajar, pero no teníamos recursos.
Se llegó a decir que el hospital no era necesario, que en el Vallès ya había otro. No nos importaba, nosotros seguíamos trabajando, nos reuníamos cada semana en sesión clínica para ir programando, los 12 médicos de plantilla, jefes de servicio de las diferentes especialidades. Teníamos Gerencia, Administración, Enfermería, Secretaría y Mantenimiento. Un buen día, después de años de espera, llegaron las transferencias y poco a poco fuimos trabajando en condiciones. Personalmente, quiero dar las gracias al presidente Jordi Pujol y a Xavier Trias, artífices de que nos empezásemos a dotar y a trabajar, empezado por Urgencias.
En el nombre del hospital hubo también discusión. Alguno pedía Baetulo, nombre romano de Badalona, pero los responsables del centro quisieron recordar la memoria de dos profesores de los grandes cirujanos del Clínic (Antoni y Joaquim Trias i Pujol) que tuvieron que exiliarse en Colombia por necesidad y que habían nacido en Badalona. Y fue así cómo el 14 de abril de 1983 pudimos finalmente abrir las puertas, aunque con parcialidad de especialidades.
La inauguración fue también épica. Resulta que había una huelga en la Vall d’Hebron y algunos sanitarios del centro también convocaron huelga en Can Ruti. Al llegar la comitiva de autoridades, con el president Pujol a la cabeza, al ver la cantidad de personas concentradas en el vestíbulo principal, se plantearon entrar por detrás. Pero el president insistió en que quería pasar por el camino tumultuoso de personal. Yo fui con él. Los manifestantes nos sacudieron de un lado a otro. Y gritos y más gritos. Al final lo logramos. ¡Qué valentía la de Pujol y otras autoridades! Luego hubo una reunión majestuosa con muchos parlamentos en el anfiteatro del hospital.
Can Ruti fue creciendo con nuevos servicios, unos equipos de diagnóstico de la imagen magníficos y una unidad docente. Ahora tenemos un gran hospital que trata a miles de personas, incluida una innovadora unidad de Cuidados Paliativos que procura una muerte digna. Además, hay centros de investigación como el de la Fundación Josep Carreras. Junto a la docencia, también se han realizado muchos cursos de formación de todo tipo. En la asistencia hemos procurado humanizar que un enfermo es una persona con nombres y apellidos, no un número. También existe un equipo de trasplante que respeta la ética médica, con justicia, eficacia, equidad y transparencia.
Cuatro décadas después no puedo estar más contento del trabajo hecho, junto a toda la comunidad científica, docente, enfermería, mantenimiento, informática… Creo, sinceramente, que hemos cumplido con nuestra vocación e ilusión y que hemos hecho un muy buen trabajo. A los gestores y profesionales actuales les deseo un buen camino hacia el futuro.