Josep Ignasi Saranyana
Profesor emérito de la Universidad de Navarra, académico correspondiente de la Real Academia de Historia, miembro «in carica» del Pontificio Comité de Ciencias Históricas del Vaticano y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914
Josep Ignasi Saranyana, profesor emérito de la Universidad de Navarra, miembro «in carica» del Pontificio Comité de Ciencias Históricas y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), comparte con la comunidad académica la entrevista que mantuvo con el desaparecido cardenal Ángel Suquía en febrero de 2001 en el domicilio de éste en San Sebastián y que publicó en una separata del volumen 28, correspondiente a 2019, del «Anuario de Historia de la Iglesia», una publicación que el propio Saranyana dirigió entre 1992 y 2009. En la amplia conversación, Suquía recoge con detalle numerosos aspectos de su vida personal así como de su trayectoria pastoral. Aunque dio por bueno el texto tras su revisión, no consideró procedente que se publicase entonces por las numerosas referencias personales y familiares que se incluyen. De ahí que este diálogo no viese la luz hasta más de una década después de su fallecimiento.
En la entrevista, Suquía recuerda su entorno familiar plenamente euskaldún, su prontísima vocación, sus años de formación en los seminarios de Saturrarán y Vitoria y la enorme influencia que tuvo la Guerra Civil en su juventud, ya que tuvo que interrumpir sus estudios al ser llamado a filas. En el Ejército básicamente dio clases de alfabetización y, al finalizar el conflicto, se traslado a Alemania para cursas superiores de Liturgia, que también tuvo que interrumpir al estallar la Segunda Guerra Mundial. De nuevo en Vitoria, se ordenó sacerdote el 7 de julio de 1940 y con apenas 24 años inició su sacerdocio en tres pueblos de Álava encargándose principalmente de los jóvenes, a los que impartió ejercicios espirituales durante seis años. De 1946 a 1949 estudió en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, becado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, donde se doctoró en Sagrada Teología con la tesis «La Santa Misa en la espiritualidad de san Ignacio de Loyola», que mereció la máxima calificación.
Suquía también rememora su consagración como obispo de Almería ya en 1966 y, tres años después, como obispo de Málaga. En 1973 asumió la Archidiócesis de Santiago de Compostela y en octubre del mismo año fue designado consejero de Estado. De esa etapa, el cardenal se detiene en un episodio que marcó su episcopado: la petición de clemencia para los procesados de Burgos. «En diciembre de 1970 había tenido lugar el proceso de Burgos, que tanto había agitado la opinión pública española y mundial. Es importante recordar que ningún grupo, por así decir, que ninguna colectividad española había condenado tantas veces ni tan claramente el terrorismo y la violencia como los obispos españoles, tanto individual como colectivamente, aun cuando algunos medios afirmasen lo contrario por aquellos años. Con todo, y por un deber de cristiana misericordia, la Asamblea Plenaria del Episcopado Español pidió al jefe del Estado, el 1 de diciembre de 1970, clemencia para los procesados de Burgos, porque se temía lo peor. En este marco, el día 30 del mismo mes, siendo ya obispo de Málaga, enviaba un telegrama al jefe del Estado, con el siguiente texto: ‘Angustiosamente suplico a Vuestra Excelencia que, en estos días de Navidad en los que ha aparecido de nuevo sobre la tierra la bondad de Jesucristo Salvador, tenga clemencia con todos los condenados a pena capital en el proceso de Burgos’. El día 31, al conocerse la noticia del indulto, dirigía un nuevo telegrama a Franco: ‘Con profundo gozo agradezco a Vuestra Excelencia la gracia del indulto tan generosamente concedida a todos los condenados a pena capital en el proceso de Burgos’. Importa destacar que había pedido clemencia, porque no se podía pedir otra cosa en aquel momento, y que agradecía el indulto», señala el entonces obispo.
El cardenal también recuerda el papel de la Iglesia en la transición política a la democracia y la trascendental visita de Juan Pablo II a España en 1982. El 12 de abril de 1983, Suquía fue trasladado a la Archidiócesis de Madrid-Alcalá, donde impulsó la renovación de su Consejo Episcopal y diferentes instituciones y asociaciones eclesiales, además de crear el Patronato de la Almudena. El papa le nombró cardenal el 25 de mayo de 1985 y fue el único español invitado al sínodo que conmemoró el vigésimo aniversario del Concilio Vaticano II. Fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española en 1987 y ocupó el cargo hasta 1993. Al frente de esta institución, rememora su labor.
«Gracias a Dios, los documentos promulgados en los años de mi presidencia tuvieron un gran impacto tanto en la vida eclesial como la vida civil española, y contaron con una unanimidad pocas veces lograda antes. Quiero destacar especialmente un documento: la instrucción pastoral ‘La verdad os hará libres’, de 1990, sobre las exigencias de la moral cristiana. Los obispos recordamos en aquel importante documento que la moral cristiana no es una carga, que no es un yugo pesado y difícil. Es la vida nueva, que permite desplegar todas las potencialidades de humanidad y de amor que hay en la persona humana», concluye.