Joaquín Callabed, presidente del Club de Pediatría Social, académico correspondiente de la Real Academia de Medicina de Cataluña y académico de número y vicepresidente de la Sección de Ciencias de la Salud de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), comparte con la comunidad académica los últimos artículos que ha publicado en la sección «Lectores corresponsales» de la edición digital del diario «La Vanguardia», de cuya comunidad de lectores forma parte activa. Se trata de «Tras los pasos de Paul Valéry en Sète», «El alma universitaria de Bolonia» y «La historia de los niños judíos escondidos en la Segunda Guerra Mundial en el Chateau de Beloeil», donde aborda las peculiaridades de estos tres señalados lugares de Francia, Italia y Bélgica. Los artículos se publicaron entre los pasados 19 y 24 de julio.
En «Tras los pasos de Paul Valéry en Sète», el académico esboza la historia de esta ciudad provenzal, importante puerto pesquero del mediterráneo y señalado referente turístico, que ha sido cuna de importantes figuras de la cultura francesa, como el propio poeta Paul Valéry, el cantautor Georges Brassens o el actor y director dramático Jean Vilar. «‘Sète es una isla singular’, afirmó sobre su ciudad natal el poeta y filósofo francés Paul Valéry. Es atractiva, con sello personal, construida a la sombra del monte Saint Clair y que se ha convertido en un importante puerto del Mediterráneo. Tiene fibra laboral, empuje e iniciativa. Una ciudad viva y laboriosa que ha labrado su historia frente al mar. Algunas playas han sido sustituidas por dársenas. El atún, la sardina, la anchoa y los crustáceos ocupan una parte importante de su industria», inicia Callabed su descripción.
Tras apuntar la trayectoria de estos tres personajes que ha dado la popular villa, también conocida como la Venecia mediterránea, el académico se detiene en sus principales atractivos turísticos, entre los que destaca, más allá de sus playas y de una extensa oferta de restauración, el Museo Paul Valéry. «Inaugurado en 2010 con excelente pintura y un gran respeto a la figura del poeta y dibujante que fue Paul Valéry. El arquitecto fue Guy Guillaume. Contiene más de 600 pinturas y más de un millar de obras gráficas. Se exponen obras de Degas, Cézanne, Matisse, Marquet, Signac, Courbet, Cabanel, Sylvestre, Hinz, Marinot, Blondel… El fondo del museo se articula en cuatro ejes: pintura clásica, académica, orientalista y realista del siglo XIX», concluye.
Por su parte, en «El alma universitaria de Bolonia», el presidente del Club de Pediatría Social destaca el espíritu estudiantil de la capital de la Emilia-Romaña, que acogió la primera universidad europea en el siglo XI. «Su casco histórico es de los mejor conservados de Europa y el segundo de Italia después de Venecia. Palacios, conventos y museos constituyen una antología arquitectónica fascinante. La escuela barroca de pintura con Carracci, Reni, Albani y Guercino tiene una gran dignidad. La historia aplaude sus grandes iniciativas civiles y su genética universitaria. Tiene energía positiva y mirada socializante», señala para pasar a reseñar la historia de su universidad y los principales monumentos de la ciudad.
Por último, en «La historia de los niños judíos escondidos en la Segunda Guerra Mundial en el Chateau de Beloeil», Callabed recuerda cómo el conocido como Versalles belga tuvo un momento destacado en su azarosa historia ya entrado el siglo XX, cuando en plena Segunda Guerra Mundial acogió a centenares víctimas del conflicto, entre los que se encontraban los llamados niños judíos de Beloeil, que fueron escondidos en el castillo con el fin de escapar del exterminio nazi. «Los niños judíos, provistos de una nueva identidad desarraigados y separados de sus referencias familiares y sociales, debían adaptarse a un entorno totalmente desconocido. La doble identidad que era necesaria para los niños judíos se atribuye a la maestra belga Andrée Geulen. Su sistema consistía en que la identidad de cada niño era apuntada y fragmentada en cinco cuadernos que nunca estaban juntos en el mismo lugar y permitía establecer la correspondencia entre el nombre original del niño, su familia de origen y su nombre supuesto mediante un número de referencia, siendo cada uno de los cuadernos igual de necesarios para disponer de la información completa sobre todos y cada uno de los niños», explica el académico, quien también reseña la historia y el patrimonio cultural que atesora el castillo.