Francisco López Muñoz
Profesor de Farmacología y vicerrector de Investigación y Ciencia y director de la Escuela Internacional de Doctorado de la Universidad Camilo José Cela. Académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED)

Artículo publicado en la edición española del portal académico «The Conversation» el 27 de septiembre de 2020 y por el canal de Historia de «National Geographic» el 3 de octubre de 2020

Dr. Francisco López Muñoz

Dr. Francisco López

Francisco López Muñoz, profesor de Farmacología de la Universidad Camilo José Cela y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), explica en el artículo «La tragedia de los gases de la muerte durante la Gran Guerra», publicado en la edición española del portal académico «The Conversation» el pasado 27 de septiembre y en el canal de Historia de «National Geographic», también en su edición española, el 3 de octubre, los efectos de las armas químicas utilizadas de forma indiscriminada, contra ejércitos enemigos e incluso población civil, durante la Primera Guerra Mundial. Reconocido especialista en la materia, el académico firma el artículo junto a Alejandro Romero Martínez, profesor de Toxicología de la Universidad Complutense de Madrid.

Los dos autores inician su argumentación señalando el remoto origen del armamento químico y bacteriológico, si bien sitúan en la Gran Guerra su uso sistemático y masivo. «El 29 de abril de 1997 entró en vigor la Convención sobre las Armas Químicas. Sin embargo, el empleo de sustancias químicas y material biológico como herramientas de guerra es tan antiguo como los propios conflictos armados en los que se ha visto involucrado el ser humano desde épocas prehistóricas. No obstante, el gran desarrollo de esta modalidad bélica tiene su origen en el auge de la industria química en Centroeuropa durante el siglo XIX. Concretamente en la industria alemana, dominada por las llamadas ‘tres grandes’, BASF, Hoechst y Bayer, que invirtieron gran parte de sus recursos en la búsqueda de nuevos compuestos sintéticos derivados de los colorantes. Precisamente, en plena I Guerra Mundial, en agosto de 1916, estas tres compañías firmaron una alianza denominada Comunidad de Intereses de la Industria de los Tintes, que se constituyó en una pieza clave de la guerra química con gases neumotóxicos y vesicantes durante el desarrollo de la contienda bélica», inician su argumentación.

López Muñoz y Romero Martínez explican cómo los franceses fueron pioneros en el uso de este armamento, al que los alemanes llegaron casi por azar. «El empleo de estas armas químicas durante la I Guerra Mundial fue una práctica generalizada y abusiva por parte de ambos bandos. Los franceses fueron los primeros en usarlos, al utilizar bromoacetato de etilo, una sustancia lacrimógena, para forzar a las tropas alemanas a salir de sus búnkeres en 1914, aunque su efecto era prácticamente nulo al emplearse al aire libre. Por el contrario, la implicación de Alemania en este juego bélico sucio fue consecuencia del azar. Al quedarse el Ejército alemán sin el suministro de los nitratos chilenos para la fabricación de pólvora y explosivos por el bloqueo marítimo británico, el Departamento de Materias Primas del Ministerio de la Guerra enroló al científico Fritz Haber, en aquel momento director del Instituto Kaiser Wilhelm de Física, Química y Electroquímica de Berlín, para solucionar el problema. De esta forma, Haber organizó y dirigió, entre 1915 y 1917, el Departamento de Guerra Química del Ministerio de la Guerra del Reich prusiano, y en sus laboratorios se desarrollaron las primeras armas de destrucción masiva conocidas como una alternativa a la preocupante escasez de armas convencionales para el ejército alemán. El primer gas utilizado fue el clorosulfonato de o-dianisidina, sin apenas eficacia, y posteriormente el cloro, ensayado contra las tropas francesas el 22 de abril de 1915 en Ypres», detallan.

 

Leer artículo de «The Conversation»

Leer artículo de «National Geographic»