Miquel Ventura, director de proyectos de la Fundación Pro Real Academia Europea de Doctores e impulsor del proyecto de observación y protección de la biodiversidad marina Silmar, reflexiona en el artículo «El declive del capital y la crisis socioeconómica global», sobre las conclusiones de la reciente Cumbre del Clima de Glasglow (COP26) y el importante papel que debe desarrollar la sociedad civil y la comunidad académica para favorecer las políticas de sostenibilidad. Se detiene en la función de la Fundación y la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED)en su labor de salvaguarda del patrimonio natural a través de su estudio y conocimiento.
El declive del capital y la crisis socioeconómica global
La reciente Cumbre del Clima (COP26) celebrada en Glasgow ha concluido y, en general, los resultados han sido modestos y poco esperanzadores para hacer frente con firmeza a la acuciante realidad que nos depara el calentamiento global de la Tierra.
La COP26 se flexibiliza con el uso de los combustibles fósiles y no ha conseguido alcanzar las inversiones verdes necesarias para financiar las acciones de adaptación y lucha contra los efectos del cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Efectos que perturban sobre todo a los países más pobres y con menos capacidad tecnológica para luchar contra la subida del nivel del mar, los fenómenos meteorológicos extremos y, entre otros, uno de los más importantes: la disfunción natural del ciclo del agua que afectará a la productividad de las cosechas de todo el mundo poniendo al límite nuestra capacidad de supervivencia como sociedad y generando grandes migraciones de población (refugiados ambientales) hacia otros países con más seguridad y calidad de vida. En este contexto, el mantenimiento del agua como medio, es de vital importancia para actuar y hacer frente a los retos que nos depara los cambios del clima a escala global.
El «Living Planet Report» (WWF, 2020) presenta una imagen inquietante del impacto de la actividad humana sobre la vida silvestre, la biodiversidad, los bosques, los océanos, los ríos, los lagos y el nuevo comportamiento climático impredecible del planeta, acentuando que nuestra capacidad de reacción para actuar es cada vez más limitada o casi nula. Por tanto, hay una necesidad urgente de que la comunidad global se replantee cómo actuar y cómo redefinir colectivamente las acciones para proteger, restaurar la naturaleza y progresar como especie. Los resultados de la COP26 no reflejan nada de eso.
Los más recientes estudios de la Unión Internacional para la conservación de la Naturaleza (UICN) y del Stockholm Resilence Centre sobre el estado de la biodiversidad y los límites que hachean a los biomas más importantes del planeta nos indican que las poblaciones globales de especies de vertebrados han disminuido un 60% de media en poco más de 40 años. Durante las últimas décadas, la actividad humana ha afectado gravemente a los hábitats y espacios naturales de vida salvaje de los que la humanidad depende como los océanos y los arrecifes de coral, los bosques, los ríos, lagos, marismas y manglares. Sin ir más lejos, el 26% de la Amazonia ha desaparecido en sólo 50 años, mientras que se calcula que en los últimos 30 años los mares del mundo han perdido aproximadamente la mitad de sus corales poco profundos.
Las causas más relevantes de la pérdida del capital natural son el desgaste y reducción de los entornos naturales salvajes, la sobreexplotación de los recursos naturales, la agricultura, la contaminación y el cambio climático; todas ellas acciones vinculadas a un aumento continuo del consumo humano. Las sociedades humanas están mermando el capital natural y con ello la capacidad de la naturaleza para alimentar y mantener nuestras vidas, sociedades y economías. Nuestra forma de alimentarnos y de financiar nuestras sociedades y economías está empujando a la naturaleza y a los servicios que nos mantienen al límite.
El informe «Living Planet Report» presenta una visión global del estado de nuestro mundo natural, veinte años después de su primera publicación, hoy un documento de referencia a nivel mundial. Este informe hace algo realmente importante y único: nos proporciona una instantánea del panorama global de la pérdida de biodiversidad y de las amenazas que nuestras actividades sociales colectivas representan para el mundo natural.
La ciencia nos muestra la cruda realidad que sufren nuestros bosques, ríos y océanos. Palmo a palmo, especie por especie, la reducción de los entornos salvajes y de la biodiversidad es un claro indicador del gran impacto y presión que estamos ejerciendo en el planeta y que rompe la invisible red interdependiente de la vida que nos sostiene a todos y nos alimenta.
La labor de la RAED y su Fundación
Esta labor de diagnosis actualizada de lo que le ocurre a la naturaleza planetaria que realiza el WWF y otras organizaciones del mundo, es lo que desde la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED) y su Fundación estamos realizando con el proyecto «Retos Vitales para una Nueva Era», con el estado actual de nuestra naturaleza más próxima (proyecto Silmar), pero también integrando todas las áreas del conocimiento humano. Una iniciativa que lideramos desde el saber y la experiencia de nuestros académicos y colaboradores que se ve reflejado en el primer volumen del documento Retos Vitales 2021 y que ahora, con más juicio e instrucción, también manifiestan los primeros artículos recibidos para la segunda edición del nuevo documento que se publicará durante el primer semestre de 2022.
A través de indicadores como el índice del planeta vivo (LPI), proporcionado por la Zoological Society of London (ZSL), el índice del hábitat de las especies (SHI), el índice de la lista roja de la UICN (RLI) y el índice de inactividad de la biodiversidad (BII), sumado a los límites planetarios y la huella ecológica, (gráfico 1, Network ecological footprint) se nos presenta un panorama inquietante y antagónico para nosotros: la actividad humana empuja a los sistemas naturales del planeta que soportan la vida en la tierra al límite en un proceso de colapso predecible.
Este baño de realidad ocurre también cerca de nuestras casas, pueblos y ciudades desde hace décadas y en el contexto de la península Ibérica también donde algunos de los sistemas naturales de los cuales más dependemos, los ríos, lagos y acuíferos son un claro ejemplo de que nos debe hacer reaccionar a tiempo.
Aunque las estadísticas son estremecedoras en cuanto a la pérdida de calidad ecológica y biodiversidad de nuestras fuentes de agua dulce no podemos perder la esperanza. Como dice el profesor Ken Norris, director de ciencias de ZSL, «tenemos la oportunidad de diseñar un nuevo camino que nos permita convivir de forma sostenible con la vida salvaje de la que dependemos, pero debemos ser consecuentes con una ambiciosa agenda de cambios que todos tenemos que participar». Es incompatible decir que la actividad humana sacrifica la capacidad de la naturaleza de apoyar a la humanidad, pero esto es un hecho irrefutable.
La pérdida de los ríos, un símbolo de involución humana
Los ríos son uno de los ecosistemas más diversos del planeta y de los que más dependen las sociedades humanas y la biodiversidad, pero, como ya hemos dicho, están muy amenazados por su explotación, contaminación y fragmentación de sus hábitats. Actualmente, a escala mundial, existen más de 58.400 grandes presas de ríos que sirven principalmente para el riego, la producción de energía hidráulica, el suministro de agua y control de inundaciones (Icold, 2016). Las presas fragmentan más del 60% de todos los grandes ríos de Europa y los niveles de segmentación de los ríos más pequeños es aún mayor, el estado actual de todos los ríos de España son un claro ejemplo. En nuestro continente sólo el 22% de los ríos permanecen con un grado de circulación del agua ecológicamente aceptable (WWF, 2019). Debido a las limitadas oportunidades de movilidad de las especies eminentemente acuícolas, existen fuertes desconexiones entre los diferentes hábitats y tramos a lo largo de los ríos y entre masas de agua. Éstos son efectos especialmente perjudiciales para las especies migratorias o de movilidad dinámica, lo que hace más difícil o incluso imposible evitar las barreras a los peces y otros invertebrados con una pérdida dramática de vigor híbrido de las poblaciones por el efecto genético del aislamiento.
En los pasillos y salas de Glasgow se refrendó una y otra vez sobre la importancia y el valor de la naturaleza para la salud y el bienestar de las personas, por nuestras sociedades y economías. A nivel mundial, la naturaleza proporciona servicios por valor de cerca de 125 billones de dólares al año, a la vez que contribuye a garantizar el suministro de aire fresco, agua limpia, alimentos, energía, medicamentos y otros productos y materiales.
En el contexto de la pérdida de la biodiversidad, es esencial dar importancia de los polinizadores responsables de la fecundación de infinidad de plantas, así como de la producción de los cultivos y factores como un clima incierto y cambiante, la contaminación de ríos y lagos, las prácticas agrícolas intensivas, la introducción de especies invasoras y las enfermedades emergentes han afectado a la abundancia de especies clave, la diversidad y su estado de salud.
Como dijo el capitán Jacques Cousteau (1910-1997) que a tantos nos inspiró, «durante la mayor parte de la historia, el hombre tuvo que luchar contra la naturaleza por sobrevivir; ahora comienza a darse cuenta de que, para sobrevivir, debe protegerla». Una premisa que desde la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED) y su Fundación la asumimos como un firme propósito de acción hoy y en el futuro.
Para saber más:
- Living Planet
- Living Planet: ¿Por qué estamos perdiendo naturaleza?
- Riverine Ecosystem Management. Science for Governing Towards a Sustainable Future. StefanSchmutz and JanSendzimir. Ed. Springer Open (2018).