Joaquín Callabed, presidente del Club de Pediatría Social, académico correspondiente de la Real Academia de Medicina de Cataluña y académico de número y vicepresidente de la Sección de Ciencias de la Salud de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), invita a la comunidad académica a un viaje cultural y erudito donde historia, arte y fascinación van de la mano a través de los artículos «Montmartre de museo«, «Patinir, el sol escondido de la pintura flamenca», «El rastro de otras épocas en París», «El filósofo catalán admirado por Montaigne» y «La ruta del té por París», publicados entre los pasados 6 de abril y 11 de mayo en las secciones «Lectores expertos» y «Lectores corresponsales» de la edición digital del diario «La Vanguardia», de cuya comunidad de lectores forma parte activa.
En «Montmartre de museo», el académico aborda el encanto y la leyenda de Montmartre, un barrio privilegiado de París que ha determinado la obra de numerosos artistas a lo largo de los siglos XIX y XX. «Un abad fundó en el siglo XI, en lo alto de la colina, la iglesia de San Pedro. Numerosos artistas se han establecido en ‘la colina de la poesía’: Gericault, Gavarni, Lepine, que une el realismo poético de Corot con el impresionismo de Monet. Allí llegaron también Ziem, Brascassat y el pintor maldito Jongkind, el holandés de las fulgurantes y asombrosas acuarelas con la incierta luz atlántica de Honfleur. Con el movimiento impresionista alcanzó uno de sus mayores momentos: Pissarro, Sisley, Guillaumin. En 1873 se instalaba Renoir en 12 calle Cortot -actual Museo de Montmartre– y en el Moulin de la Galette encuentra sus modelos entre las floristas, costureras y modistas. Toulouse Lautrec y Van Gogh elevan la gloria del lugar. En Bateau Lavoir emerge la cuna del cubismo. En aquel edificio tuvieron acogida pintores, escultores, poetas, humoristas… Picasso estuvo allí con un grupo de españoles: Paco Durio, Pichot, Zuloaga, Gargallo, González y Manolo Hugué. Van Dongen implanta allí su fauvismo y se asiste al gran momento de las ‘Demoiselles d’Avignon’ de Picasso, que causan un gran escándalo oficial», explica.
Por su parte, en «Patinir, el sol escondido de la pintura flamenca», Callabed evoca la figura y la obra del pintor flamenco Joachim Patinir, puente entre el medievalismo latente del siglo XV y las formas y conceptos humanistas del XVI. «Patinir queda algo relegado al fenómeno El Bosco. Creo que necesita una atmósfera propia y diferenciada. En el cielo pictórico caben todas las estrellas. Patinir nació en 1480. Fue un pintor puente entre el medievalismo latente del siglo XV y las formas y conceptos humanistas que alcanzarían su consolidación en los territorios de Flandes a lo largo del siglo XVI. Tuvo como maestro a David. Los paisajes de Patinir envuelven a sus personajes en inmensas y fantásticas atmósferas sin límites definidos entre lo real y lo imaginario. La gradación de sus verdes, azules y violetas es insuperable. Otorgó a la naturaleza en sus composiciones el papel de protagonista relegando las figuras a un plano secundario. La intensidad de sus azules es legendaria. Con Patinir comenzó un modelo de paisaje», considera.
En «El rastro de otras épocas en París», el presidente del Club de Pediatría Social realiza una evocadora ruta por París que lo lleva a visitar locales históricos como La Coupole, Le Select, Le Dôme y La Closerie des Lilas, emblemas de otras épocas de la ciudad, y a compartir sus propios recuerdos de juventud: «La Coupole me trae recuerdos de Jean-Paul Sartre allá en 1968. Era un icono. Hacía fila para hablar con él. Nos invitaba al café, escuchaba y mitigaba nuestros ardores con calma y deseos de pactos con todos los regímenes de entonces. Era un hombre que troquelaba y condicionaba. Una especie de oráculo para los que teníamos 20 años y ganas de abrir puertas. Inolvidable. Me escribió su teléfono en mi agenda y recibí una lección de humildad, típica de sabios. Hasta me recomendó Le Tabou, una discoteca de calle Dauphine, hoy desaparecida, famosa entonces por los bailes y sones africanos. La nostalgia es una planta capaz de arraigar en los suelos más inhóspitos», recuerda emocionado.
Callabed prosigue su recorrido con «El filósofo catalán admirado por Montaigne», donde recupera la figura de Ramón de Sibiuda (1385-1436), maestro en medicina, artes y teología y un iniciador del humanismo. «Profesor en la universidad de Toulouse en el Languedoc, donde murió en 1436, su obra fundamental fue ‘Liber creatorum seu naturae’ o ‘Liber de homine’, que Michel de Montaigne tradujo al francés. «Su obra fue leída por Mirandola, Lefèvre d’Étaples, Charles de Bouelles. Influyó en Ignacio de Loyola y Francisco de Sales. También en Grocio y Comenio y en los franciscanos españoles del siglo XVI como Juan de Cazalla, Diego de Estella, Juan de los Ángeles y Juan de la Cruz. Proporcionó al filósofo Blaise Pascal el esquema de ‘La apuesta’, un argumento sobre la existencia de Dios: ‘Aunque no se conoce de modo seguro si Dios existe, lo racional es apostar que sí existe'», explica.
Por último, en «La ruta del té por París», el vicepresidente de la Sección de Ciencias de la Salud de la RAED sugiere ocho locales para disfrutar de esta popular infusión, entre los que destacan Angelina, Fauchon, Palais des thés o Ladurée. «Un buen té debe servirse con tres tipos de endulzantes: azúcar blanquilla, azúcar moreno y sacarina, para la que existen unas cajas con las que se pueden coger con pinzas. Se precisa también una tetera de porcelana para que se mantenga caliente el té, una jarrita de leche, un plato con rodajas de limón y pinzas para llevarlo hasta la taza», recuerda Callabed los consejos de una buena amiga, Nicolette.