Joaquín Callabed, presidente del Club de Pediatría Social, académico correspondiente de la Real Academia de Medicina de Cataluña y académico de número y vicepresidente de la Sección de Ciencias de la Salud de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), invita a la comunidad académica a realizar un recorrido erudito por la historia del pensamiento y de la medicina a través de los artículos «Las enseñanzas de los consejos de Esculapio», «Tras los pasos de Perugino», «Medicina y farmacia en el Imperio Bizantino», «Medicina y farmacia en la época visigótica», «Montesquieu frente a la separación de poderes», «El legado de la Escuela de Medicina de Salerno» y «Alberto Magno, el santo de la ciencia», publicados a lo largo del pasado mes de noviembre en la sección «Lectores expertos» de la edición digital del diario «La Vanguardia», de cuya comunidad de lectores forma parte activa.
En «Las enseñanzas de los consejos de Esculapio», el académico introduce el juramento hipocrático y lo compara con compromisos profesionales éticos que ha tenido la medicina en otras civilizaciones, además de abordar los menos conocidos consejos de Esculapio a su hijo animándole a ejercer esta profesión. «Estamos habituados al juramento hipocrático como referencia de la ética médica. También existieron en culturas anteriores como la egipcia con Imhotep que fue deificado 500 años antes de Cristo; la sumeria con el Código de Hamurabi; la medicina india con el Rig Veda y el Ayur Veda; o en la medicina china con el emperador Shen Nung. Pero los consejos de Esculapio a su hijo se han difundido poco», explica.
Callabed recupera en «Tras los pasos de Perugino», la figura de uno de los primeros pintores que utilizó en Italia la pintura al óleo. «Pietro Vanucci, llamado Il Perugino (1448-1523), apodo que proviene de su ciudad natal, Perugia, fue un pintor cuatrocentista italiano en transición hacia el Alto Renacimiento. Sus dos influencias fundamentales fueron Piero della Francesca y Andrea Verrocchio. El Perugino fue uno de los primeros que utilizó en Italia la pintura al óleo. Tuvo como alumno a Rafael. Se ha dicho de él que había sido después de Giotto el que había creado un lenguaje nacional. Se le ha llamado el mejor maestro nacional», introduce al pintor.
En «Medicina y farmacia en el Imperio Bizantino», el presidente del Club de Pediatría Social recuerda cómo en el siglo IV, tras la división del Imperio Romano, se inició el desarrollo de las cáritas como novedad doctrinal con gran sentido religioso y social. «Una característica de la época bizantina es que se distribuyen gratuitamente alimentos a los pobres y se fundan muchos hospitales. En el siglo IV se inició el desarrollo de la cáritas como una novedad doctrinal con un fuerte sentido religioso y social. La alta Edad Media marcó el nacimiento de la figura de la atención doctrinal del pobre, ausente en las ciudades de la Antigüedad. La asistencia a los miembros más débiles de la comunidad incluyó a los pobres y a los enfermos, que serán atendidos en una institución de características singulares: el hospital», explica.
Por su parte, en «Medicina y farmacia en la época visigótica», el experto aproxima al lector a una cultura en la que el médico y el farmacéutico eran una misma persona que ejercía el arte de curar tanto por sus conocimientos como por las sustancias que utilizaba para ello. De recopilar estos saberes y dejarlos como legado se encargó san Isidoro de Sevilla. «Su cultura era agrícola y ganadera. Practicaban el arrianismo que convivió con el catolicismo y el judaísmo. Construyeron muchas iglesias. Aportaron palabras como jabón, sala, guardia, guerra, albergue, ganado, tapa o ropa. La cultura visigoda puede considerarse como una mezcla de la valiosa aportación de los judíos con los restos bizantinos del sudeste y los toques de germanismo impuesto por la monarquía goda, toda ella regida y dominada por el superior conocimiento grecolatino», resume Callabed.
En «Montesquieu frente a la separación de poderes», el académico presenta la figura de Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu, un filósofo y jurista francés cuya obra se desarrolla en el contexto de la Ilustración. «Fue un espíritu inquieto y librepensador que amplió sus conocimientos con estudios de anatomía, botánica y física. Se acercó al humanismo mediante la literatura y la filosofía. Fue consejero en el Parlamento de Burdeos (1716-1726). Su libro ‘El espíritu de las leyes’ establece unos principales fundamentos entre las ciencias económicas y sociales. Inspiró la Constitución Francesa de 1791 y es el origen de la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial», señala.
En tanto que en «El legado de la Escuela de Medicina de Salerno», el estudioso recupera la historia de La Salernitana, el primer centro médico de enseñanza de la Edad Media que, además, aceptaba a las mujeres como alumnas. «La Escuela Médica Salernitana fue la primera escuela médica medieval y estaba situada en la ciudad italiana de Salerno, siendo la mayor fuente de conocimiento médico de Europa en su tiempo. Se habían acumulado textos de tratamientos médicos árabes en traducciones griegas en la biblioteca de Montecassino, donde fueron traducidas al latín; la tradición de Hipócrates, Galeno y Dioscórides, que habían recibido, fue enriquecida por la práctica médica árabe y judía, conocida a través de contactos en Sicilia y el norte de África. Como resultado, los practicantes de la medicina de Salerno, tanto hombres como mujeres, no tenían rival en el Mediterráneo occidental por sus conocimientos», escribe el académico.
Por último, Callabed aborda en «Alberto Magno, el santo de la ciencia» otra figura clave en la evolución del conocimiento: san Alberto Magno, maestro del escolástico santo Tomás de Aquino y patrón de las ciencias naturales, químicas y exactas. «Se le reconoce como químico, filósofo, escritor, entomólogo, botánico, geógrafo, teólogo. Polímata de la cultura medieval. Tiene influencias de Avicena, Aristóteles, Maimónides y Plotino. Es el creador del escolasticismo cristiano, pues, siguiendo las rutas trazadas por el iraní Al Gazzali, autor de ‘El resurgimiento de las ciencias religiosas’, y Maimónides, instruyó a su discípulo, Tomás de Aquino, en la confrontación de las teorías aristotélicas con la religión cristiana. La Iglesia Católica lo distingue como uno de los 37 doctores de la Iglesia. Fue canonizado en 1931 por Pío XI«, concluye.
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