Francisco López Muñoz
Profesor de Farmacología y vicerrector de Investigación y Ciencia y director de la Escuela Internacional de Doctorado de la Universidad Camilo José Cela. Académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED)

Artículo publicado en la edición española del portal académico «The Conversation» el 16 de diciembre de 2020

Dr. Francisco López Muñoz

Dr. Francisco López Muñoz

Francisco López Muñoz, profesor de Farmacología y director de la Escuela Internacional de Doctorado de la Universidad Camilo José Cela y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), publicó el pasado 16 de diciembre en la edición española del portal académico «The Conversation» el artículo «Los nazis descubrieron los agentes neurotóxicos como armas de guerra química», en el que retoma uno de los temas centrales de sus estudios sobre las armas de destrucción masiva a lo largo de la historia contemporánea. El académico firma este trabajo divulgativo junto a Alejandro Romero, profesor de Toxicología de la Universidad Complutense de Madrid. Ambos ya publicaron, en este mismo portal, el artículo «La tragedia de los gases de la muerte durante la Gran Guerra».

«El desarrollo de sustancias neurotóxicas como armas de guerra química tuvo lugar durante la Alemania nazi, aunque afortunadamente estas sustancias no llegaron nunca a ser utilizadas durante la Segunda Guerra Mundial por el Ejército del Tercer Reich. No obstante, sentaron los pilares de una perversa línea de investigación sobre armas químicas que finalmente serían usadas, a finales de la década de 1980, en los conflictos bélicos de Oriente Próximo», inician los dos estudiosos su reflexión. Para López Muñoz y Romero, parte de la explicación de que Alemania desarrollase esta industria bélica que no llegó a utilizar se debe a las duras sanciones impuestas tras la Primera Guerra Mundial por el Tratado de Versalles.

Finalizada la Gran Guerra, el país sufrió el expolio de las patentes industriales de su industria química. Ello motivó la creación en 1925 de una enorme corporación industrial, llamada I.G. Farben, en la que se englobaron empresas como BASF, Bayer, Hoechst o AGFA, entre otras, y se incorporó a muchos de los más prestigiosos científicos e ingenieros de Alemania, incluyendo numerosos premios Nobel. «I.G. Farben estableció estrechos lazos con el partido nazi y financió gran parte de la campaña electoral que llevó a Adolf Hitler al poder, en marzo de 1933. Desde entonces, la presencia de I.G. Farben en los cuadros de decisión política del régimen no dejó de crecer, siendo calificada como un Estado dentro del Estado alemán. Y viceversa: la doctrina política nazi se impuso en I.G. Farben como credo corporativo», señalan.

Los efectos tóxicos de estas sustancias en humanos fueron ensayados, bajo la dirección de Wolfgang Wirth, en la Academia de Medicina Militar de Berlín con prisioneros de campos de concentración. Un directivo de I.G. Farben declaró al acabar la Guerra: «Prisioneros que habían sido condenados a muerte, eran seleccionados con el acuerdo de que si sobrevivían a los experimentos serían perdonados. No se hizo ningún daño a los presos, ya que se les habría matado de todas formas», recogen los investigadores en el estudio.

 

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