El escritor Jorge Carrión, uno de los participantes en la Expedición Científica a las Islas Galápagos que la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED) y la Fundación Pro Real Academia de Doctores realizaron entre los pasados 25 de agosto y 6 de septiembre, reflexiona sobre esta experiencia en el artículo «Lecciones de Galápagos», que publicó en el diario «La Vanguardia» el 7 de septiembre, justo a su retorno. La expedición se desarrolló junto a la Fundación para el Desarrollo de América Latina, la Fundación Quo Artis, My Planet First y la Universidad de San Francisco de Quito.
«A bordo del National Geographic Endeavour II hemos recorrido el archipiélago, en compañía tanto de naturalistas locales de extraordinario nivel como de varios premios Nobel, para una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en el 2024 donde converjan la ecología, el arte, la poesía. Antes de ir sabía que la Unesco -que ha avalado nuestro viaje- declaró las Galápagos como patrimonio natural de la humanidad en 1979 y, seis años más tarde, reserva de la biosfera. De modo que me esperaba, como cualquier otro turista, esa explosión brutal de vida endémica, las iguanas negras y anfibias, las tortugas gigantes, los pingüinos y otras aves que solo existen allí, al fondo lava petrificada y aguas sin ruido. Lo que he descubierto in situ ha sido que no se trata de un santuario intacto que había que preservar, sino de un ecosistema humano, donde se habían cazado y comido tortugas durante siglos y las cabras o los cerdos salvajes eran parte del paisaje», rememora el autor.
Carrión cree que las Islas Galápagos fuerzan un ejercicio difícil y constante de ingeniería ecológica, ya que la reproducción asistida de especies en peligro de extinción convive con el exterminio sistemático de animales introducidos y la repatriación de individuos endémicos con las campañas de educación para locales y visitantes. «No es un paraíso pasivo, sino una gran maquinaria en acción constante, que no se puede relajar», considera.
Ante esta realidad compleja, tanto desde un punto científico como ético, el escritor propone un diálogo entre el arte y la ciencia. «El arte puede comunicar la realidad de modos imprevistos -éticos y estéticos y críticos y poéticos: esdrújulos- que calen en el subconsciente colectivo como no puede hacerlo la efervescente iconosfera. Esbozar el guion de otros futuros», concluye.