Joaquín Callabed comparte con académicos y amigos de la RAED una muestra fotográfica de su última estancia en el Pirineo oscense

Joaquín Callabed, académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED) y presidente del Club de Pediatría Social, ha querido compartir con los académicos y amigos de la institución la muestra fotográfica «Colores del otoño que se fue en el Pirineo», fruto de sus paseos por los alrededores del municipio oscense de Biescas, al que le une su historia personal.

A través de sus instantáneas, el académico muestra cómo nuestros pies, manos y ojos son los primeros maestros en filosofía natural. Y siguiendo a Jack Kerouac considera que el camino es el fin y la ilusión mejor que el logro. Callabed admira y cita a Epicuro como filósofo de la naturaleza: «Huésped, aquí te encontrarás a gusto, aquí el bien supremo es el placer. El guardián será afable, hospitalario, servicial, te acogerá ofreciéndote polenta y agua en magnífica abundancia y te dirá si has sido bien recibido. Estos jardines no excitan el hambre, antes la satisfacen, no encienden con sus bebidas una sed más ardiente, sino que la apagan con medios naturales y gratuitos; entre tales placeres he llegado a la ancianidad».

En sus paseos por la callada naturaleza, respirando el aire libre, caminando por antiguos senderos con sus trazos casi borrados y bordeados de castaños, robles, avellanos, álamos, abedules, abetos con musgo y helechos cerca de rumorosos riachuelos, el académico se adentra también en el jardín de su amigo Pedro, proveedor de uvas vírgenes a todo su entorno, y se detiene con su cámara ante las flores  del camino  como las rosas, el acebo y el diente de león que nace de forma espontánea por los caminos.

«Nos dice que la rosa es signo de pudor y virginidad, la higuera simboliza dulzura, la vid alegría espiritual y el olivo la misericordia, la caridad y la paz», señala el fotógrafo, que asegura percibir el perfume silvestre del otoño pirenaico hasta casi palparlo y captar la energía de la tierra. En uno de los días luminosos de noviembre Callabed recuerda que escuchó a Gustav Mahler en «El canto de la tierra» y le invadió la nostalgia de los pueblos pirenaicos que sólo están poblados por el abandono, cuando en otras épocas vivían familias enteras en casas de piedra con chimeneas humeantes rematadas con espantabrujas.

El académico rememora también su jardín, cuando el sol se abre paso brillan los acebos y las flores del magnolio parecen despertar. Por los abetos circulan petirrojos y jilgueros, mientras la hierba exhala su perfume casi palpable y aporta un influjo moral bajo los pies. Piensa Callabed que quizá los soñados paraísos están muy cerca y que parte del cielo y del infierno somos nosotros mismos, como dijo Jean-Paul Sartre.

El último día de su estancia en el Pirineo, el académico recuerda un paseo matinal «cuando el sol lanza los primeros destellos con los dedos de rosa del amanecer, como describe Homero en su «Odisea» -evoca-. La energía de la mañana asciende por el cuerpo como el mercurio con el calor». Su amigo biesquense Máximo Palacio logró fotografiar una mariposa con las alas extendidas en el momento del amanecer y hasta se dejaba tocar. Le aconsejó que hay que madrugar para ver el despertar de las mariposas mientras tienen sus alas húmedas.