Josep Ignasi Saranyana, profesor emérito de la Universidad de Navarra, miembro «in carica» del Pontificio Comité de Ciencias Históricas y académico emérito de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), comparte con la comunidad académica el trabajo «La especulación del Medievo sobre el mal. De San Agustín a Guillermo de Ockham», publicado por la Universidad Libre Internacional de las Américas a partir de la ponencia presentada por el autor en las jornadas «L’espai del Mal. IX Curs d’Estiu-Reunió Científica Comtat d’Urgell», celebradas en Balaguer. En un discurso tan riguroso como sintético, el académico presenta la evolución del concepto del mal desde las principales escuelas teológicas de la época.
«El mal ha sido uno de los argumentos habituales de la teología y la filosofía medievales. En algunas épocas ha constituido incluso su tema principal. Se ha relacionado, al menos al principio, tanto con la ética como con la ontología, aunque poco a poco pasó a ser un tema principalmente metafísico. San Agustín, también en este punto como en tantísimos otros, determinó el quehacer del Medievo, abriendo estas dos perspectivas que, como se sabe, se hallaban ya en el rico fondo medioplatónico», inicia el teólogo su reflexión.
Saranyana presenta las influencias de la secta maniquea en el pensamiento de San Agustín a través de sus «Confesiones», hasta concluir en su «De natura boni contra manichaeos», escrito a principios del siglo V y de enorme influencia en la Edad Media. En él fija sus principios teológicos sobre el bien y el mal bajo la premisa de que Dios es el sumo bien inmutable, eterno e inmortal, del que toman su bondad todos los otros bienes. Siguen después algunas ideas sobre la condición del mal, que se describe como la corrupción del bien.
El dualismo entre bien y mal se acentúa con el auge del catarismo, hasta que el decreto Firmiter de 1215 fija las bases doctrinales de la Iglesia sobre la materia, de manera que la dialéctica entre el bien y mal se corta con la noción de creación. Esta noción es un artículo de fe y, al mismo tiempo, una verdad metafísica. Refuerza esta tesis santo Tomás de Aquino, quien hacia 1260 realiza uno de los comentarios más destacados de este decreto. Por su parte, el fraile franciscano Guillermo de Ockham interviene en el debate «afeitando» la filosofía escolástica, con sus bases en Platón y Aristóteles, con su conocida «navaja» para determinar que la fe y la bondad de Dios es la explicación más sencilla y factible al bien y el ángel caído y su lucha con el bien el producto de todos los males.
«La discusión sobre el mal atraviesa todo el Medievo, particularmente desde comienzos del siglo XII hasta finales del siglo XIV. El origen del debate tuvo carácter religioso, con importantes connotaciones ascéticas y sociales. No obstante, se recondujo a una polémica metafísica y antropológica, sobre la condición buena o mala de la creación y de la libertad. Por el concepto mismo de creación, el debate fue también teológico, pues entraba en liza la noción de esencia divina y de sus atributos operativos. Los católicos bebían en san Agustín, que se había esforzado en combatir el maniqueísmo tardoantiguo; pero los argumentos adquirieron en el Medievo personalidad propia. Por ello se puede decir que la discusión se desenvolvió en un universo conceptual muy distinto. Las mismas o parecidas palabras y temas semejantes; pero planteamientos intelectuales diversos», concluye Saranyana.