José María Baldasano, catedrático de Ingeniería Ambiental de la Universidad Politécnica de Cataluña y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), comparte con la comunidad académica el «Informe de los Premios Rey Jaime I de Medio Ambiente sobre el Actual Cambio Climático», que firma junto a José Luis Rubio Delgado, presidente de la Comisión de Medio Ambiente de estos premios, y que presentó el pasado 11 de noviembre ante el pleno del Alto Consejo Consultivo en I+D+i de la Presidencia de la Generalitat Valenciana. Baldasano es también autor del «Informe sobre cambio climático» que debatió la Comisión de Emergencia Climática del Parlamento de Cataluña
Informe de los Premios Rey Jaime I de Medio Ambiente sobre el Actual Cambio Climático
Hace unos doce mil años, en el Holoceno, la estabilización y la mejora del clima hizo posible el inicio de la agricultura, y con ello, el surgimiento de las primeras ciudades, civilizaciones, ciencia, tecnología y el progreso que hoy día disfrutamos. Sin embargo, actualmente todo este desarrollo y avance humano está en peligro por otro cambio climático; pero esta vez no natural sino provocado por el hombre. El cambio climático antrópico actual amenaza con la desestabilización y el colapso de sistemas productivos básicos y de estructuras socio-económicas cruciales, que tan arduamente han sido conseguidas.
El nivel actual de bienestar y progreso, al menos en algunas partes del planeta, tiene su tendón de Aquiles en las consecuencias de la gran cantidad de gases de efecto invernadero que hemos emitido continuamente a la atmósfera durante más de dos siglos. Es una amenaza global sin precedentes en la historia de la humanidad. En muchos aspectos, nos enfrentamos a problemas de consecuencias aún desconocidas e impredecibles, el control de las cuales requerirá conocimientos científicos, nuevos planteamientos y formas más inteligentes de relacionarse con el entorno natural.
La actual civilización humana se ha desarrollado a partir de la máquina de vapor y de disponer de energía potente, accesible y barata, dando lugar a la civilización de los combustibles fósiles basada en un desarrollismo tecnológico, que ha conducido a un aumento exponencial de la población humana y, en general, a una clara mejora de su calidad de vida. Este progreso se ha conseguido, generando una grave externalidad como es la emisión a la atmósfera de CO2 y otros gases de efecto invernadero (GEI), lo cual ha provocado la alteración química de la atmósfera con el consiguiente cambio y crisis climática. Las anomalías climáticas, las olas de calor, los incendios forestales, las inundaciones, las sequías extremas, la desertificación…, «no tienen nada de natural», son cada vez más frecuentes y anuncian de forma apremiante un futuro cada vez más presente. Representan el precio que hay que pagar por la adicción de la humanidad a los combustibles fósiles.
Existen, además, otras crisis significativas directa o indirectamente relacionadas con el cambio climático. Entre otras, la explosión demográfica, la inseguridad alimentaria, la penuria y calidad de los recursos hídricos, escasez de tierras cultivables, salinización, contaminación del medio natural, hambrunas, migraciones forzadas, conflictos, inestabilidad política y guerras, pérdida de biodiversidad y calidad del paisaje…
Por primera vez en la historia, la humanidad se enfrenta a una crisis planetaria con consecuencias todavía imprevisibles. La alteración química de la atmósfera debido a la emisión de GEI, y el consecuente cambio climático, ha situado un problema ambiental con orígenes locales en la dimensión global. Sin duda, el cambio climático es el principal reto social y ambiental del siglo XXI.
Este cambio climático actual desencadenado por el ser humano ha llevado ya a un aumento de la temperatura media del aire de 1,2ºC respecto a los niveles preindustriales (período 1850-1900) a una velocidad de aproximadamente 0,15-0,20°C por década, y con un incremento apreciable de fenómenos meteorológicos extremos. Pero, más allá de estos impactos, a los científicos también les preocupan especialmente los puntos de inflexión y los mecanismos de retroalimentación, que constituyen las líneas rojas del calentamiento global.
El Protocolo de Kioto aprobado en el 1997, representó la puesta en marcha de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) del año 1992. Fue el primer compromiso a nivel global para poner freno a las emisiones que generan el calentamiento global: implicaba solamente una reducción del 5,2% en el período de 1990 y 2012. El Acuerdo de París de 2015 represento acordar el objetivo de limitar el incremento de la temperatura en únicamente 1,5 ºC. Hasta ahora ha habido 27 cumbres climáticas desde 1995 a 2021, que desgraciadamente han implicado «mucho ruido y pocas nueces». Es inevitable la incómoda sensación de estar perdiendo un tiempo irrecuperable.
Los compromisos globales adquiridos por los gobiernos para mitigar el avance de las temperaturas, son totalmente insuficientes, colocan el incremento de la temperatura entre 2,4 y 2,7ºC, lejos de los 2ºC acordados en París con el objetivo de llegar a 1,5ºC. Lo que exige que las emisiones se deben reducir al 50% para el año 2030, a tasas superiores al 12,9 % anual, y cada año que pasa esa tasa de reducción será mayor y más exigente; y sean cercanas a cero a mediados de este siglo. El problema es que los esfuerzos -tanto nacionales como internacionales comprometidos hasta ahora en el marco del Acuerdo de París no van en esa dirección. Pero, según los actuales planes nacionales de los países signatarios, para finales de esta década las emisiones lejos de disminuir seguirán aumentando.
Tras años de estudio y debate, la conclusión clara y contundente de más del 97% de la comunidad científica es el reconocimiento «inequívoco», en palabras del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), de que la humanidad «ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra». Y añade, de forma tajante: «El cambio climático inducido por el hombre ya está afectando a muchos fenómenos meteorológicos y climáticos extremos en todas las regiones del mundo». La atribución a la influencia humana se ha fortalecido y confirmado desde el primer informe en 1990 (FAR) al último de este año 2022 (AR6).
La ciencia del clima no da lugar a dudas, con un consenso científico cuasi unánime, nos indica que estamos avanzando en la dirección equivocada. Así se desprende del informe AR6 del IPCC, del informe multiinstitucional coordinado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), y del informe EGR22 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) que ponen de manifiesto la enorme brecha existente entre las aspiraciones y la realidad. Se advierte de que, si no se adoptan medidas mucho más ambiciosas y radicales, las repercusiones físicas y socioeconómicas del actual cambio climático serán cada vez más graves.
Necesitamos poner de forma inmediata -sin plazos de demora, pues ya los hemos consumido- en marcha acciones decididas y sistémicas de reducción de las emisiones de GEI y las estrategias de adaptación a unos cambios que en algunos casos serán irreversibles durante cientos o miles de años, como se señala en el último informe del IPCC (AR6). Debemos tomar las decisiones ya y llevarlas a término para garantizar que nos mantenemos dentro de los límites de lo que nuestro planeta puede soportar, para evitar efectos de retroalimentación y puntos de inflexión en el sistema climático de la Tierra.
La ciencia es cada día más capaz de demostrar que muchos de los fenómenos meteorológicos extremos que estamos experimentando son cada vez más probables y más intensos. El reto del actual cambio climático es tal que necesitamos del mejor conocimiento disponible y de su aplicación sin demora. Para la comunidad científica este es un debate zanjado después de más 125 años acumulando evidencias y debatiendo resultados, con datos, observaciones y proyecciones de lo que está pasando.
Temperaturas más extremas, la subida del nivel del mar –especialmente en los sistemas deltaicos: Ebro, Guadalquivir…, aumento de las sequías, incendios forestales, desertificación, olas de calor, escasez de agua dulce, reducción de la producción agraria, veranos más largos y calurosos o inviernos más duros son algunos de los impactos que ya están presentes entre las consecuencias del cambio climático en España. Los territorios áridos avanzan a un ritmo de más de 1500 km² al año en la península Ibérica, en detrimento de las zonas de climas más húmedos. Siendo la cuenca Mediterránea una zona de especial vulnerabilidad climática.
El «Avance del Inventario de Emisiones de Gases de Efecto Invernadero» del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico estima unas emisiones brutas de 288,6 millones de toneladas de CO2 equivalente para el año 2021, lo que implica que el nivel de emisiones de GEI se sitúa únicamente en un -0,5 % respecto al año 1990. Lo cual nos indica claramente la insignificancia de los resultados obtenidos y por ello la urgencia de pasar a la acción con esfuerzos que deben de aumentar sustancialmente.
Una parte importante de la sociedad, cada vez más mentalizada y comprometida ambientalmente, quiere contribuir y cambiar el curso de los acontecimientos, pero necesita información, pautas y estrategias que apoyen y aseguren las expectativas de progreso, bienestar y un uso verdaderamente sostenible de los recursos naturales. Una sociedad preocupada exige a los responsables gubernamentales la movilización de todos los recursos disponibles y la mejora de los mecanismos naturales de regulación y amortiguación del clima para desactivar la emergencia climática actual.
Ante la gravedad de las implicaciones del cambio climático, instamos al Gobierno de España y a los gobiernos de las comunidades autónomas, incluyendo a la Comunidad Valenciana como una de las potencialmente más afectadas, que los objetivos de reducción de emisiones en la revisión del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030 (PNIEC) sean mucho más ambiciosos y urgentes para poder conseguir los objetivos de reducción de emisiones necesarios para los años 2030 y 2050, y el objetivo de 1,5 ºC. También consideramos, que la política climática debe ser el eje central de su política de gobierno, tanto a nivel nacional como en su acción internacional. También es necesario que se acelere al máximo la transición energética, eliminado las subvenciones a los combustibles fósiles.
La crisis climática aumentará la intensidad de las nuevas crisis geopolíticas y económicas. La humanidad ya no puede darse el lujo de ignorar o posponer las inversiones en la adaptación al cambio climático y en su mitigación, que requerirán una remodelación completa de nuestro actual e insuficiente modelo. Cuando las consecuencias de la actual crisis climática se vuelvan aún más evidentes, debemos preguntarnos: ¿Estaremos aún a tiempo de cambiar nuestro comportamiento? o ¿El clima habrá ya sobrepasado sus límites críticos irreversibles? Para mantener nuestros niveles actuales de progreso y desarrollo, estamos obligados a un cambio radical en los enfoques ambientales, sociales, económicos, en las actitudes personales y en la búsqueda de innovaciones sostenibles y de formas diferentes de relacionarnos con la naturaleza para no continuar repitiendo los mismos errores.
Hoy día somos más conscientes de las posibles consecuencias de nuestras acciones que cualquier otra sociedad a lo largo de la historia. ¿No sería desconcertante si continuáramos haciendo las mismas acciones erróneas? ¿Cómo seremos juzgados por las generaciones futuras? Sólo un cambio radical profundo e inteligente en nuestra forma de comportarnos con el planeta que nos acoge y sustenta nos permitirá afrontar este primer y mayor desafío global causado por nosotros mismos.
Ahora es el momento de actuar. Mañana será tarde.