Joan Francesc Pont
Catedrático de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad de Barcelona, presidente de la Fundación Ferrer i Guàrdia, académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED) y miembro de su Junta de Gobierno
Joan Francesc Pont, presidente de la Fundación Ferrer i Guàrdia y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), comparte con la comunidad académica el sentido obituario «Enrique, humanista», donde evoca la figura y la trayectoria personal y profesional de Enrique Tierno Pérez-Relaño, académico supernumerario de la RAED, con quien mantuvo una larga y estrecha amistad, y trata de consolar a familiares y amigos del finado por la irremplazable pérdida. La Real Academia se suma al pésame.
Enrique Tierno Pérez-Relaño falleció el pasado 3 de septiembre a los 75 años de edad. Era doctor en Física Nuclear y académico desde 2014. Convocado por su viuda, Karin Faber, el Círculo Ecuestre de Barcelona celebró un acto de homenaje y de recuerdo, vertebrado por la cantante de ópera Beatrice Jiménez y por el pianista Josep Buforn, con piezas de Mozart, Dvorák y Weill. Intervinieron la propia Karin en la bienvenida, evocando sus 50 años de matrimonio, y proyectando su elegancia moral sobre la ceremonia, el doctor Antonio Rovira, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid; el doctor José María Luzón, catedrático de Arqueología y director del museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y el propio Joan Francesc Pont, catedrático de Derecho Financiero de la Universidad de Barcelona y académico de número de la RAED. Ante casi un centenar de asistentes, bajo estrictas normas Covid, tuvo lugar un acto laico, elegante, humanista, en un completo silencio de contención sacra. Éste es el texto de la oración fúnebre pronunciado por Pont.
Enrique, humanista
Karin, amigas y amigos, que nos hemos reunido hoy entorno a ti, como seguiremos haciéndolo en el futuro, aunque no ya con esta solemnidad, para que pervivan los lazos estrechos que nos han hecho cultivar la amistad, como un modo de vivir juntos que va más allá de las formas y que nace del corazón. Que no se proclama, sino que se percibe. Karin, hemos acudido invitados por ti para recordar a Enrique, que se nos fue por una senda clara y nos dice, con el poeta, hacedme un duelo de labores y esperanzas, sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros: alma. Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido. ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Sé bueno…, me decía Enrique con su sonrisa entre irónica y maliciosa cuando nos despedíamos después de uno de nuestros almuerzos de los viernes en el Tritón, tras haber recorrido el presente, evocado el pasado y hasta vislumbrado el futuro, esto último con una mezcla del optimismo tamizado por el realismo y del pesimismo que nos dejó un día para la reflexión Manuel Marín con el título de su charla sobre «Todo puede ir aún peor». Las palabras, el verso entero, que no reitero por conocido, escritas por Machado en Baeza el 21 de febrero de 1915 en homenaje a Giner de los Ríos, parecen pensadas para el mensaje de despedida que nos habrías dado de permitirlo las circunstancias. Por eso hoy no resuenan las campanas y nos comprometemos a que lo hagan los yunques, símbolo del trabajo por un mundo mejor.
Antes de conocerte no sabía que nuestro encuentro me haría descubrir el siglo XVII europeo como inspiración de tantas cosas que resultan ser hoy todavía asignaturas pendientes. Para repasar el XVII y llegar hasta hoy hemos tenido que compartir muchas horas de interminables charlas. También, momentos memorables como aquel viaje con Karin y contigo, con Isabel y Santi Castellà, y con Patrícia, en donde, antes de llegar a cada puerto, nos resumías las virtudes y los defectos de la ciudad que íbamos a visitar y nos anunciabas el nombre del restaurante que habías reservado. O la ceremonia de decapado de una botella de oporto en aquel lugar de Madrid próximo a vuestra casa. O vuestra hospitalidad en el restaurado pabellón de la piscina. O tu descubrimiento de lugares de Barcelona que yo jamás había pisado. O tu afecto sin afeites por mi madre, Gloria, y por Anna, la madre de Patrícia.
Aquel día, a punto de finalizar la primera década del siglo, me presentaron a Enrique Tierno, en la sobremesa de un almuerzo preveraniego en Madrid, concurrido y animado. Es casi un tópico decir que recordé a su padre y a las veces en que había tenido el honor de verle, empezando por su conferencia en el Colegio de Abogados de Barcelona en 1976 y el meeting del Palacio de los Deportes durante la campaña electoral del año siguiente, el 6 de junio, una fecha que anoté en mi dietario. En aquellas dos ocasiones, encontré entre los asistentes a compañeros y amigos que sentían la misma admiración que yo por el profesor, aunque nunca hubiéramos hablado de ello.
Mi segundo encuentro con Enrique fue en el Ateneo de Madrid, en otoño, y ya hablamos como si nos conociéramos de siempre, con fluidez y sinceridad, compartiendo acuerdos, formulando dudas y gestionando algunos desacuerdos, que siempre acababan, tras un día o dos, en nuevas coincidencias. Así iba a ser durante los once años transcurridos desde entonces, lo que incluye aquel verano de 2016 en el que le visité en Madrid para consultarle una cuestión personal. Me llevó al parque Tierno Galván, nos sentamos en una terraza, me escuchó y se negó a darme su opinión. Me dio, sin embargo, la mejor de las respuestas y el mejor de los consejos, al modo de un verdadero librepensador. Me explicó cuáles eran las preguntas que debía formularme a mí mismo, para que las respuestas me sugirieran el camino que tomar. Tiempo después le di las gracias por el consejo y reaccionó muy rápidamente: yo nunca te he dado un consejo. He de reconocer que no le entendí enseguida, pero que luego, cavilando en mi hotel, mientras veía bajar el nivel del whisky sin hielo en el vaso, sonreí al comprender lo certero de su respuesta.
La generosidad de Enrique incluyó presentarme a sus dos mejores amigos, José María Luzón y Antonio Rovira. Recuerdo una visita al anochecer al museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando con José María y una tarde de conversación y aprendizaje en casa de Antonio, un espacio casi igual de mágico y acogedor que el museo. Y luego, otros encuentros, siempre atractivos e interesantes, hasta éste de hoy, en el que Enrique no está y es su ausencia la que nos convoca y no lleva a rebelarnos contra ella y desear con todas nuestras fuerzas que su recuerdo sea eviterno.
Hemos oído los trazos que le describen como conversador sabio y como amigo fiel y hemos comprendido algo más sobre que su independencia de criterio giraba alrededor de su admirable capacidad para captar los matices. Cuando estamos tan ciegos como para no percibir la gradación de los colores o las tonalidades cambiantes de cuanto nos rodea, no hacemos más que contribuir a la barbarie. El progreso se halla siempre en los matices, cuya riqueza permite el diálogo, la seducción y el acuerdo. Enrique has sido, eres, un maestro de los matices. Esto te hacía incomprendido, para algunos necios, pero despertaba el pensamiento libre en quienes sabían escucharte. Te juzgaron algunos que no habían entendido la profundidad del mensaje de Mateo, que hiciste tuyo: «nolite judicare ut non judicemini».
El humanismo de Enrique Tierno no confunde la tolerancia con la laxitud y por tanto, no incurre nunca en el oxímoron de la tolerancia cero. La tolerancia, vivida y concebida por ti, como una virtud pública, es el esfuerzo por reducir el ámbito de los desacuerdos y, por tanto, el desarrollo de una arquitectura de límites en la que todos tengan espacio porque nadie pretende y a nadie se le permite ocupar la ciudad en exclusiva. La laxitud es una degeneración de la conducta tendente a conllevar lo inaceptable. Nunca fue la laxitud una tentación para ti y lo demostraste, entre otros temas, en tu insobornable combate contra la corrupción.
El humanismo de Enrique late con su corazón a la izquierda. En 1996 realiza una radiografía de la derecha española, a la vez que vincula cultura y socialismo ante los vientos electorales. Es un hombre de izquierdas mucho más que un hombre de partido y vive la política como la forma de influir en la sociedad y no como un medio de vida. Enrique, en mi opinión, aspira a persuadir y no a mandar y por eso el abanico de sus relaciones personales no está aherrojado por las cadenas que habitualmente reducen la autonomía de las personas. No obstante, nunca dejó de contribuir a la creación de nuevas ideas que pudieran ayudar a la gobernanza del Partido Socialista.
Enrique es un hijo de la Ilustración, lo que le llevó con naturalidad a ingresar el 4 de febrero de 2014 en la Real Academia Europea de Doctores. Le respondió Ana María Gil Lafuente. En la Academia pronunció los discursos de contestación de Ramón Salas y el mío propio, navegando sin dificultad entre la Geología y la Fiscalidad, y fue el padrino de Santiago Castellà, habiendo desarrollado durante un quinquenio una notable actividad académica que tuvo como vértices las ciudades de Estocolmo y de Roma.
El humanismo de Enrique se plasmaba en un concepto típicamente erasmista, el amor a la humanidad. El proyecto de Erasmo consistía en forjar una república espiritual constituida por las personas más cultas de la Europa de su tiempo, cuyo nexo de unión sería el amor al conocimiento bajo la égida de la fuerza de la razón para superar las contradicciones y las diferencias. Como Giner de los Ríos y como el profesor Tierno Galván, Enrique es erasmista y descubre los males de España en que la Contrarreforma hubiera convertido a nuestro país en una muda esfinge cerrada a la Modernidad. Hereda de la Institución Libre de Enseñanza la fuerza para combatir aquel destino que algunos creen fatal y que otros, con Enrique, pensamos que es soslayable para abrir las mentes a la concepción de una España cervantina, alegre, culta, policéntrica, intercultural, federal y consciente de la riqueza de su diversidad.
El humanismo y la Ilustración conducen también a Enrique a la Francmasonería, dado que ésta se inscribe en el combate por la república del pensamiento de Erasmo y en la colocación del amor en el centro de su universo etiológico, de un amor que no se sitúa en el ámbito de la Teología, sino que emana de la Filosofía. Enrique descubre que la Francmasonería es una actitud abierta al conocimiento del otro, una militancia universalista y una forma de búsqueda de la sabiduría que no repele el hallazgo de opiniones discrepantes. Al contrario, halla en la discrepancia una fuente de inspiración.
A veces, se define la Francmasonería como una posada española, que para los franceses sería el lugar en el que uno no halla más que lo que lleva. Roger Leveder propuso una interpretación más plena: uno halla lo que los otros han dejado. Y no puedo por menos que decir que los francmasones españoles han hallado y hallarán en las logias un enorme legado de Enrique, resumible en su amor a la humanidad, que describía en dos memorables trabajos en Ciencia y Libertad, su taller barcelonés de la Gran Logia Simbólica Española, uno sobre «Las confesiones» del 25 de septiembre de 2018, y otro sobre «Evolución y conciencia», el 28 de mayo de 2019. El amor a la humanidad se plasma en el servicio a la ciudad, en un sistema político orientado no a la coerción sobre los seres humanos, sino a su emancipación.
El trabajo de Enrique en la Francmasonería ha sido ímprobo, y desde el mes de mayo de 2017 hasta el pasado día 3 ha sido el primer teniente gran comendador del Supremo Consejo Masónico de España, es decir, su número dos. Los francmasones españoles no le olvidaremos nunca, como no olvidaremos su mirada franca y sus disquisiciones brillantes que enriquecían nuestra sociabilidad fraternal.
Ajeno al mundo del WhatsApp, Enrique escribe un breve correo electrónico, el 2 de marzo de 2021: estoy entrando en la cuarta edad, y otro el 25 de mayo, evocando al conde de Romanones: Estoy en Madrid, ¡vaya tropa!, y el 19 de julio: si no te importa, te llamo en cuanto me pueda arrastrar bastón en ristre y recuperamos nuestras conspiraciones. Un mes antes, el 17 de junio, habíamos almorzado en el Tritón Enrique, Xavier Molina y yo. Uno de los temas fue la gestión del legado de la Biblioteca Arús y la colaboración recibida de Maribel Giner y Josep Brunet. Evocamos también el homenaje a su padre organizado por la Federación de Barcelona del PSC el 29 de abril bajo el título «Tierno Galván, més que mai un referent».
Karin, queridísima, cuenta con todos y cada uno de nosotros, los amigos congregados esta tarde posveraniega. Barcelona es tu ciudad, como sabía muy bien Enrique cuando trasladasteis aquí vuestra residencia, una muestra más del amor infinito que os ha unido siempre.
En una ocasión, en 2011, Enrique usó una frase del Julio César de Shakespere para referirse a su padre. Permitidme que hoy haga como él y se la tome prestada al inglés universal para definir a Enrique Tierno Pérez-Relaño, cuando constatamos con dolor que ya no responde a nuestras llamadas. Su vida fue noble y de tal naturaleza que bien puede decirse a todo el mundo: éste fue un hombre.