La Junta de Gobierno de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), en nombre de toda la comunidad académica, expresa su más profundo y sincero dolor por la pérdida de su académico emérito Santiago Tintoré, fallecido el pasado 13 de mayo en Barcelona a los 92 años. Tintoré era también un destacado miembro de la Real Academia de Medicina de Cataluña, de la Sociedad Catalana de Medicina del Deporte y de la Federación Española de Medicina del Deporte, un ámbito del que fue uno de los pioneros en España impulsando los estudios sobre cardiología en el deporte.
Tintoré nació en Barcelona en 1929, hijo del médico Santiago Tintoré Grases y de Pilar Ferrer Cendra; estudió en el colegio de los Jesuitas de Casp, se licenció en Medicina en la Universidad de Barcelona en 1952 y se doctoró en 1974 con excelente cum laude. Cursó las especialidades de aparato circulatorio, cardiología, neumología, medicina del deporte y medicina del trabajo. Completó su formación en diversos hospitales de París, Bruselas, Marsella, Estocolmo y Montreal, así como en la reconocida Clínica Mayo de Rochester, Minnesota.
«Con más de setenta años de vida profesional exitosa, ha mantenido una actividad asistencial, investigadora y docente en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona, en la Universidad de Barcelona y en la Universidad Autónoma de Barcelona, así como en la consulta privada. Por su meticulosidad, dedicación, empatía y eficiencia ha sido muy amado por sus pacientes, algunos de los cuales han sido amigos fieles durante más de medio siglo», destacaba el también académico emérito de la RAED Màrius Petit en un obituario que le dedicó el 16 de mayo en el diario «La Vanguardia».
Tras repasar de forma sucinta la trayectoria vital y profesional del finado, Petit rememora sus últimos días, en los que le tocó jugar el papel de «fiduciario de la salud de su corazón». «Hace pocas semanas me citó en su despacho de la calle de Casp. Había buscado destino para todos sus libros; no quedó nada más que la desnudez de las estanterías donde siempre estaban los libros; era la forma de decir: ‘Me voy’. Si aquella imagen me hizo daño en el alma, ya podéis imaginar el desconsuelo por la desdicha de su ausencia», concluye su emotivo relato.