Josep Ignasi Saranyana
Profesor emérito de la Universidad de Navarra, académico correspondiente de la Real Academia de Historia, miembro «in carica» del Pontificio Comité de Ciencias Históricas del Vaticano y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914
Josep Ignasi Saranyana, profesor emérito de la Universidad de Navarra, miembro «in carica» del Pontificio Comité de Ciencias Históricas y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), comparte con la comunidad académica su estudio «La eclesiología de la revolución en el Sínodo de Pistoya (1786)», en el que ofrece las claves del Sínodo de Pistoya (Toscana), que culminó la reforma tardojansenista. Sus tesis tuvieron una especial incidencia en la concepción eclesiológica de los próceres de la independencia americana, sobre todo al teorizar sobre las relaciones Iglesia-Estado, discutir acerca de las temporalidades de la Iglesia y considerar las prerrogativas del Papa en su relación con los estados soberanos.
«El programa reformista del gran duque de Toscana se articulaba en torno a una serie de medidas: mejora de la formación del clero, estableciendo academias eclesiásticas y determinando los planes de estudios teológicos y los manuales escolares; constitución de una única caja eclesiástica, que debía reunir los patrimonios de conventos, capellanías y cofradías, con ánimo de proporcionar mejores estipendios a los sacerdotes y cortar así la simonía; pretensión de que la multitud de sacerdotes que vivían de distintos beneficios se adscribiesen a parroquias, de forma que todos tuviesen cura de almas», inicia el académico la motivación de este sínodo, tan importante como poco conocido por la opinión pública.
A estos argumentos se sumó otro no menor del jansenismo: analizar el error en la Iglesia, es decir, la posibilidad de que la verdad se hubiese abandonado en la Iglesia en determinadas épocas históricas, permaneciendo fiel sólo en una heroica minoría, incluso perseguida por la Santa Sede. Trascendiendo el ámbito religioso y adentrándose en el político, el jansenismo impuso también su tesis de que el santo pontífice es sólo la cabeza ministerial de la Iglesia y recibe su potestad de ésta, y que la autoridad de la Iglesia queda circunscrita a las materias espirituales, de modo que su potestad se reduce casi exclusivamente a los asuntos que afectan al fuero de la conciencia. El sínodo, asimismo, subrayó la independencia de los obispos respecto de la curia romana y otorgó una amplia autonomía jurisdiccional de los párrocos.
De la misma forma, sustrajo a la autoridad de la Iglesia la regulación del sacramento del matrimonio, pasándola a la autoridad civil; reformó el régimen de los regulares, reduciendo los institutos religiosos a uno sólo, sin cura pastoral; abogó por un concilio nacional como vía canónica para solventar las controversias religiosas, de fe y de costumbres en el seno de las distintas naciones, e impulsó una reforma litúrgica y sacramental. En cuanto a la infalibilidad de la Iglesia, Pistoya declaró que no había sido conferida a ninguna persona en particular, sino a la Iglesia en su conjunto.
«Los ideales tardojansenistas deben tomarse en cuenta si se pretende alcanzar una comprensión serena y completa de lo que se debatió en los años inmediatos a la emancipación de las naciones hispanoamericanas y, sobre todo, en las dos décadas que siguieron a los gritos de independencia», concluye Saranyana su estudio.