Joaquín Callabed, presidente del Club de Pediatría Social, académico correspondiente de la Real Academia de Medicina de Cataluña y de la Real Academia de Farmacia de Cataluña y académico de número y vicepresidente de la Sección de Ciencias de la Salud de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), ofrece los mejores consejos para el presente recogidos de autores clásicos en los artículos «La obra magna de Juan de Flandes en España», «‘El Descendimiento’ de Rogier van der Weyden», «Las cavilaciones de ‘El paso de la laguna Estigia'» y «‘La Anunciación’, el paraíso de Fra Angelico», publicados entre los pasados 14 y 21 de mayo en la sección «Lectores expertos» de la edición digital del diario «La Vanguardia», de cuya comunidad de lectores forma parte activa.
En «La obra magna de Juan de Flandes en España», el académico repasa la figura del pintor flamenco, que estuvo activo en Castilla al servicio de Isabel la Católica y dejó su imprenta en el arte, y cita sus principales obras. «Destacamos de su obra el ‘Políptico de Isabel la Católica’ y la ‘Resurrección de Lázaro’, actualmente en el Museo del Prado. El estilo hispanoflamenco se caracteriza por su minuciosidad y detallismo, acentuado por las pequeñas dimensiones y la habilidad de los pintores, que aprovechan las posibilidades miniaturistas de la técnica del óleo. El color, la línea y el volumen están muy equilibrados. Todas las superficies se tratan con esmero como los ropajes, paisajes, celajes y arquitecturas», explica.
Por su parte, «‘El Descendimiento’ de Rogier van der Weyden», Callabed traza la historia de esta tabla del pintor de Bruselas, que pasó por varias vicisitudes antes de recalar en España. «Localizada al menos desde 1443 en la capilla del gremio de los ballesteros de Lovaina, la llamada ‘Onze Lieve Vrouw van Ginderbuiten’, dedicada a Nuestra Señora de los Dolores, en 1548 fue adquirida por María de Hungría, hermana del emperador Carlos V y comprada por Felipe II a su tía en 1555. Al ser trasladada a España, el barco en el que viajaba naufragó, pero la tabla flotó y pudo ser salvada sin apenas daños. Felipe II instruyó a Navarrete el Mudo para que reparase los daños con la condición de no tocar el rostro de la Virgen ni en otra ninguna cosa que no sea vestido o campo. Es la tabla central de un tríptico, cuyas alas laterales han desaparecido. Se trata de una pintura al óleo sobre madera. La obra tiene forma rectangular, con un saliente en el centro de la parte superior, en el que se encuentra la cruz y un joven encaramado en la escalera, que ha ayudado a bajar el cadáver», detalla.
En «Las cavilaciones de ‘El paso de la laguna Estigia'», el presidente del Club de Pediatría Social explica cómo el pintor flamenco Joachim Patinir trata en esta obra dos grandes preocupaciones: la muerte y destino final. «El artista aborda en esta obra una de las grandes preocupaciones del hombre en todos los tiempos: la muerte y su destino final. Esta pintura representa el tema clásico relatado por Virgilio en la ‘Eneida’ y Dante en ‘El Infierno’. La escena, presidida por Caronte con el alma del hombre, representa la metáfora de la elección de los caminos a través de la vida. De un lado vemos la laguna Estigia que según la mitología clásica era uno de los ríos infernales griegos, situado entre los Campos Elíseos y el Tártaro, y constituía los dominios de Caronte. Por ella, Caronte con su barca cruzaba las almas al reino de los muertos tras el pago de una moneda, que era preciso colocar en la boca del fallecido», narra.
Finalmente, en «‘La Anunciación’, el paraíso de Fra Angelico», el experto diserta sobre una de las joyas del Museo del Prado, una obra que llegó a España, como explica, por una serie de carambolas históricas. «La obra es un retablo en oro y temple sobre tabla, que fue pintado hacia 1425-1426 para la iglesia del convento de Santo Domingo de Fiesole (Italia). Vendida por los frailes a Mario Farnese en 1611 para sufragar los gastos de la construcción del campanario de la iglesia, poco después este príncipe italiano la enviaba como regalo al valido del rey Felipe III, Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma. Aunque el retablo se depositó en la iglesia de los dominicos en Valladolid, poco después se remitía al Convento de las Descalzas Reales de Madrid. Se conservó allí hasta mediados del siglo XIX. Precisamente en su claustro alto lo descubriría el pintor Federico Madrazo, a la sazón director del Museo del Prado», concluye.