Francisco López Muñoz reflexiona sobre los experimentos científicos que se realizaron en diversos campos de concentración nazis
Francisco López Muñoz, profesor de Farmacología y director de la Escuela Internacional de Doctorado de la Universidad Camilo José Cela y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), publicó el pasado 7 de febrero en el diario digital «The Conversation» el artículo «Cuando la ciencia trabaja al servicio del mal», donde reflexiona sobre los experimentos científicos que se realizaron en diversos campos de concentración bajo el control de la Alemania del nazismo, como así quedó demostrado en el juicio a los médicos enmarcado en los Juicios de Nüremberg tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Allí se pusieron de manifiesto reprobables investigaciones con humanos, como experimentos de congelación, inoculación de bacilos de la tuberculosis o amputaciones de miembros. Pero también tuvieron lugar en el campo específico de la farmacología, mucho menos conocidos, que el académico ha estudiado en profundidad.
«El auge de las corrientes eugenésicas en Europa central en el inicio del siglo XX abonó el terreno al gobierno nazi para poner en marcha una política de higiene racial de nefastas consecuencias políticas, sociales y científicas y que llegó al punto de un claro antisemitismo biológico, como defendieron Karl Binding y Alfred Hoche: ‘Los judíos se parecen mucho a los humanos, pero son resultado de otra evolución'», explica López Muñoz. El académico también refiere el programa Aktion T4, que supuso el inicio del exterminio en masa de pacientes con «deficiencias» o patologías mentales.
Con ellos se experimentó, entre otros, el efecto de las sulfamidas en gangrenas gaseosas inducidas, la esterilización química con formalina, el uso de vacunas y otros fármacos en sujetos infectados intencionalmente de malaria, los efectos de la metanfetamina en ejercicios extremos, las propiedades anestésicas del hexobarbital y del hidrato de cloral en amputaciones o el efecto de barbitúricos y dosis altas de mescalina en estudios de lavado de cerebro.
«¿Cómo es posible que hasta el 45% de los médicos alemanes llegara a ingresar en el partido nazi, sin que ninguna otra profesión alcanzara estas cifras de afiliación política?-se pregunta López Muñoz-. La respuesta es difícil. Muchos médicos argumentaban que las normas estaban concebidas para el beneficio de la nación y no del paciente e invocaban conceptos de naturaleza tan engañosa como los de causa mayor o misión sagrada. Algunos creían que por la ciencia todo estaba justificado, incluso los inhumanos experimentos cometidos en los campos, mientras otros se autocontemplaban simplemente como patriotas y sus actos los explicaban como acciones de guerra. También los había enfermizamente imbuidos por la perversa filosofía nazi, y otros, de carácter más ambicioso, se implicaron en estas actividades como forma de promoción de sus carreras profesionales y académicas».
De todo este horror y sinrazón el académico extrae la única lectura positiva: el aprendizaje y la corrección. De hecho, tras el juicio a los médicos nazis se promulgó el primer código internacional de ética para la investigación con seres humanos, el Código de Nüremberg, bajo el precepto hipocrático «primun non nocere», cuya influencia sobre los derechos humanos y la bioética permanece inalterable en nuestros días.