José Mª Gay de Liébana
Profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona
Académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED)
Cuando en 2012 la prima de riesgo escalaba a cotas elevadas bastaron las palabras de Mario Draghi para sanar a los mercados financieros. Cual mesías hizo que las aguas se calmaran y volvieran, más o menos, a sus cauces impidiendo los desbordamientos. El pasado 12 de marzo, el mensaje de Christine Lagarde, sucesora en el cargo de Draghi, no cuajó, como tampoco lo hizo la comparecencia del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, anunciando unas tenues medidas con las que paliar, en muy poco, el impacto de la crisis económica que está causando el coronavirus y cuyas dimensiones, en estos momentos, son impredecibles e incalculables. Y si la semana pasada las bolsas mundiales entraron en caída libre, nuestro Ibex se precipitó al vacío. Los mercados descuentan el daño potencial que la pandemia va a causar tanto en el mundo como en España.
La economía mundial se desglobaliza a pasos agigantados, con aislamientos de países como Italia, tal vez España, y la distancia entre Estados Unidos y Europa se convierte en infinita porque el contacto se pierde. España, con el turismo como motor de nuestra economía y los servicios marcando nuestro paso, se debilita a marchas forzadas y el consumo, con la gente confinada en sus hogares, entra en curva descendente. Ya no se trata de elucubrar sobre cómo ni cuánto crecerá o decrecerá nuestra economía, sino de intentar desplegar una red protectora para evitar el salto mortal. Warren Buffet, con 89 años, decía el mismo 12 de marzo que en su vida no había visto una situación igual. Aquella metáfora del Nobel de Economía, Milton Friedman, proponiendo que los gobiernos arrojen dinero desde los helicópteros, quizá sería una solución utópica.
Sin embargo, los gobiernos, y menos el español, carecen de margen de maniobra, o sea, ni disponen de helicópteros ni de dinero… España se encuentra en una posición muy vulnerable a causa de los derroteros erráticos por los que ha discurrido durante todos estos años la senda de nuestro déficit público y la acumulación, cada vez más grave, de una deuda pública impagable. En las condiciones actuales, España muestra una angustiosa debilidad de sus finanzas públicas para apuntalar mínimamente su economía.
Hace siete días, la ministra de Economía, Nadia Calviño, decía que el impacto económico del coronavirus es poco significativo y transitorio, señalando que la Bolsa española es una de las que están registrando «menor volatilidad». En tres semanas, el Ibex ha perdido más de 206.000 millones de euros, nada más y nada menos que el 17% del producto interior bruto de España en 2019. El sábado por la noche, el presidente Pedro Sánchez hablaba de impacto de envergadura. Con el debido respeto, Nadia Calviño me recuerda cada día más a Pedro Solbes, y el amargo trance de estas vicisitudes de 2020 me retrotrae a 2008, cuando se incubaba la gran crisis financiera.
El Gobierno, que hasta ahora había pasado de la extrema gravedad sanitaria y económica del coronavirus, está obligado a priorizar un plan de rescate económico para autónomos, pymes e incluso empresas de mayor tamaño, y el mercado laboral ante la avalancha de ERES y ERTES en ciernes y, rompiendo topes de déficit y deuda pública, tiene que poner en marcha la cláusula de escape general que permita aumentar el gasto en todos los sectores económicos.
Hay que asegurar liquidez y amarrar deuda, sendos ejes críticos que colapsarán en las próximas horas nuestra economía. Alemania, gracias al margen que le otorga su superávit presupuestario, da crédito ilimitado a sus empresas para evitar problemas de liquidez y margen para invertir en estabilidad. La economía se paraliza y el Gobierno sigue sin aparecer en escena. El diagnóstico es tajante: España entra en aguda depresión económica al conjugarse todos los factores adversos. Si no se reacciona ya el desastre será mayúsculo y la crisis financiera de 2008 no será nada en comparación con la que desencadena el coronavirus. Ésta será una crisis tanto de liquidez, por el brusco parón de la actividad económica, como de deuda ante la imposibilidad de pagar cualesquiera obligaciones debido al estrangulamiento económico. Ahora, más que nunca, España necesita gobernantes que sepan tomar las riendas de una zozobra incierta.