José Mª Gay de Liébana
Profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona
Académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED)

 

 

¿Y de las empresas quién se acuerda?

La economía de un país no es más que la suma de la economía de sus empresas. Si las empresas van bien, el país va bien, la gente trabaja, las familias ingresan, los hogares consumen, las tiendas venden y la inversión se anima… La actividad económica genera hechos imponibles y el fisco recauda impuestos, la Seguridad Social cobra cuotas, el Estado se sostiene y el llamado estado del bienestar encuentra su caldo de cultivo. Todo el mundo -Estado, empresas, familias, mayores- sale adelante si la economía productiva funciona que es lo mismo que decir que España funciona.

Eso es algo que lamentablemente nuestras autoridades olvidan. De no remediarse, puede desencadenarse una masacre empresarial, devastación económica, destrucción de puestos de trabajo, cataclismos financieros y adiós al estado de bienestar. Porque los autónomos dependen de las empresas, las pequeñas de las medianas, éstas de las grandes, las grandes de que la economía funcione. En suma, de que todo el circuito se vaya retroalimentando.

Entre nuestros empresarios, autónomos, profesionales y trabajadores hay angustia y pesadumbre. A las empresas no les llega la financiación, las moratorias de pagos de impuestos y cotizaciones sociales para pymes y autónomos se convierten en quimera y agrandan las bolas de endeudamiento impagable en mayo. Se agota la resistencia financiera. El empleo se tambalea: a los ERTE le seguirán ERE, las dificultades financieras están germinando en la preparación de decenas de miles de concursos de acreedores, las insolvencias se agolparán y la economía española, ante la meridiana pasividad de nuestro Gobierno, se colapsa y entra en coma. O se actúa o esto se va al garete.

¡Cuidado con el déficit!

Durante unos días hemos vivido engañados, aunque a uno, que es escéptico rematado, la noticia no le pillara por sorpresa, porque al peinar canas, en eso de las cuentas públicas intenta emular, sin conseguirlo, el espíritu de los legendarios sabuesos.

Nos dijeron, desde las instancias gubernamentales, que el déficit público de España en 2019 ascendió a 32.904 millones de euros, equivalente al 2,64% de nuestro PIB que fue de 1.245.331 millones de euros. Pues no, el déficit no ha sido en 2019 de 32.904 millones de euros, sino que, según Eurostat, la oficina estadística de la Unión Europea, fue de 35.195 millones de euros, lo que representa el 2,82% y acerca a España a pisar esa línea roja del 3% que en teoría habíamos abandonado.

Por consiguiente, la diferencia en valor absoluto del déficit público de 2019 es de 2.291 millones de euros. En el trasfondo, que si unos criterios u otros aplicados a propósito de activos fiscales diferidos, son los que trastocan el cálculo del déficit.

Sea como fuere, lo que está claro es que los viernes sociales han pasado factura a nuestro déficit y la falta de rigor presupuestario se deja notar. Además, no es la primera vez que los saldos de nuestras cuentas públicas salen de Madrid de una manera y Bruselas las rebota de otra, corregidas y enmendadas. De hecho, Francia, con el 3% de déficit -ojo a la situación de las finanzas públicas galas, porque su deuda pública es del 98,1% sobre PIB- y España, son los patitos feos de la Unión Europea; Italia, a pesar e los pesares, cierra 2019 con un déficit sólo del 1,6%. ¿Pulula por nuestro suelo patrio la alargada sombra del MEDE, el Mecanismo Europeo de Estabilidad? ¡Chi lo sa…!

Viabilidad económica

Mientras seguimos librando esa lucha cruenta con el coronavirus, que va para largo, hemos de actuar para afrontar no solo el día después sino el de mañana, que no puede esperar y está ya por llegar, sin dilaciones.

En España hay talento empresarial más que demostrado, sapiencia de sabios que destilan conocimiento, mentes pensantes con ideas lúcidas y tocadas por la sensatez, absolutamente fuera de órbitas e influencias políticas. Son ellos quienes han de gestionar nuestra reconstrucción económica, sin ataduras ni ínfulas políticas, diseñando, implementando y ejecutando la viabilidad de la economía española con carácter de urgencia. De lo contrario, España, y con ella todos nosotros, se sumirá en las profundidades del océano.

Todo plan de viabilidad exige dos etapas: el plan de choque, de actuación inmediata, y el plan de relanzamiento para encauzar el futuro. Hasta el día de hoy, ninguna voz gubernamental autorizada ha proclamado que el gasto público debe reducirse, eliminando todo lo innecesario y superfluo -que en 522.000 millones de euros que fue nuestro gasto público en 2019 hay y bastante- y acometer un plan de austeridad que recorte a la mínima expresión estructuras ineficientes. En esa línea, hay que apelar a la elaboración de los Presupuestos para 2021, dando por perdido 2020. Es imprescindible que tales Presupuestos se elaboren por los empresarios y expertos que cojan las riendas económicas de España y que construyan el presupuesto de España sobre la base del presupuesto base cero, es decir, no partiendo del presupuesto usual sino proyectando cabalmente el porqué y la cuantía de cada concepto del gasto público y la razonabilidad efectiva de los ingresos públicos, en forma de tributos y cotizaciones, porque una cosa es presupuestar y otra, muy distinta, realizar. España está en juego.

Quizá, acaso, tal vez

En economía, todo depende. Depende de qué, depende de si… y así, dependiendo de un presente repleto de interrogantes y preñado de dudas, y de un futuro que es pura incógnita, las predicciones económicas, ¡cómo no!, dependen.

La parálisis de la actividad económica, que ya está siendo más larga del plazo que los optimistas esperaban y, sobre todo, el confinamiento de la población, que va inquietando al respetable, impactan de manera muy contractiva en el PIB de todos los países y en particular de España, a la vez que golpean al empleo.

En ese contexto, hay que interpretar los escenarios macroeconómicos que el Banco de España vislumbra para nuestra economía tras la Covid-19, con una cruel posibilidad de que el PIB de España caiga en 2020 hasta el 13,6%. La diabólica carambola conduce a otras secuelas: que el déficit público, dependiendo del rumbo del virus y la normalización económica, se mueva entre el 7% y el 11%, conllevando a papá Estado a disparar todavía más su deuda pública que podría suponer el 120% del PIB.

La otra cara amarga de este despiadado panorama la ofrece la tasa de paro que se acercaría al 22%, sin considerar como desempleados a los afectados por ERTE. Entre personas en paro, en ERTE, autónomos pidiendo el cese de actividad y temporales que pidan la prestación, España podría sumar nueve millones de trabajadores en situación de riesgo laboral. En fin, que todo depende. Quizás, acaso, tal vez…

¿Resistirá nuestra deuda?

Hay melodías atemporales que no sólo perduran con el paso del tiempo, sino que se encaraman a la cresta de la ola, como el «RRResistiré» de Manolo y Ramón, el flamante Dúo Dinámico, nacido en 1958 y que sigue tan campante y arrasando 62 años después -¡eso sí es longevidad artística!- convirtiendo su tema en nuestro himno de guerra en la batalla que libramos contra el coronavirus.

Atemporales, asimismo, son aquellos presupuestos del Estado de Montoro destinados a perpetuarse sine die y por los siglos de los siglos, por más que sufran las embestidas de los viernes sociales devenidos hoy en martes sociales. ¿Hasta qué punto aguantarán los incombustibles presupuestos prorrogados in eternum el pródigo golpe de la renta básica mínima permanente a razón de un millón de hogares que por 500 euros mensuales totaliza al año 6.000 millones de euros de más gasto público?

Aunque aquellos presupuestos de Montoro, predecesor de Montero y Montero, permanezcan con porte y vigencia erguidos frente a todo, evocando la letra del Dúo Dinámico («y aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie»), lo cierto es que no hay resquicio para que tal montante de renta básica se cuele por sus cauces. Así que la tal renta básica, con un impacto del 0,5% sobre nuestro PIB y que automáticamente implica acrecentar nuestro déficit en ese pico, de momento tendrá que encauzarse por los senderos de la deuda pública. Deuda que en 2020 cerrará, según el FMI, con el 113,4% sobre el PIB, esto es, 1.300.000 millones de euros, y en 2021 con el 115,1% del PIB, o sea, 1.375.000 millones. El problema no estriba en pedir dinero, sino en quién nos prestará tanto monto, y máxime si seguimos taladrando el déficit público con otros 200.000 millones entre 2020 y 2021.