La Real Academia elige como académico de honor a Mario Capecchi, el niño de la calle reconocido por la Academia Sueca por sus estudios con células madre
La Junta General Extraordinaria de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED) eligió el pasado 11 de abril como nuevo académico de honor a Mario Capecchi, premio Nobel de Medicina en en 2007 junto a Oliver Smithies y Martin Evans. Profesor de Genética Humana y Biología en la Escuela de Medicina de la Universidad de Utah, el nuevo académico fue merecedor del reconocimiento de la Academia Sueca por sus trabajos sobre células madre y manipulación genética en modelos animales. Capecchi, de hecho, fue un pionero en la génesis de ratones portadores de mutaciones genéticas.
José Ramón Calvo, académico de número y presidente del Instituto de Cooperación Internacional de la RAED, dedicó un interesante estudio a la historia personal de Capecchi que presentó en el IV Acto Internacional-Congreso Europeo de Investigaciones Interdisciplinarias de la RAED, que se celebró el pasado mes de julio en diversas capitales del Mediterráneo. Bajo el título «De Oliver Twist al Premio Nobel», Calvo reseñó la historia de un niño italiano marcada profundamente por la Segunda Guerra Mundial y los avatares de la posguerra.
Con su padre en el Ejército y su madre en el campo de concentración de Dachau, Capecchi pasó los años de la guerra en el seno de una familia de campesinos que lo acabó abandonando a su suerte. Al fin de la guerra, su madre, superviviente del campo, consiguió encontrarlo y ambos emigraron a Estados Unidos, donde el joven consiguió graduarse en la Universidad de Harvard. Tras toda una vida dedicada a la docencia y la investigación, la concesión del Nobel y su aparición en los medios le permitieron reencontrarse con parte de su pasado, ya que su hermana, entonces de 68 años, lo reconoció.
Capecchi siempre ha considerado que su dura infancia influyó, de una forma u otra, a su obstinada dedicación a la ciencia. «No está claro si esas experiencias de la primera infancia contribuyeron a los éxitos que he disfrutado o si esos logros se lograron a pesar de esas experiencias -señaló en Japón en 1996, cuando recogió el Premio Kioto en Ciencia Básica-. ¿Podrían tales experiencias haber contribuido a factores psicológicos como la confianza en uno mismo o el ingenio? En la calle aprendí a confiar en mí. Yo estaba solo. Creo que mi trabajo de hoy como científico está vinculado a esa etapa. Mi mente era mi entretenimiento. Todo el tiempo desarrollaba planes que luego tenía que cumplir. Hay que tener un plan. Una idea de hacia dónde uno quiere ir. Y desearlo mucho».