Mario Molina, Nobel y académico de honor de la RAED, certifica el éxito del Protocolo de Montreal que impulsó con sus descubrimientos
Mario Molina, premio Nobel de Química y académico de honor de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), expuso sus investigaciones sobre el cambio climático en un acto académico que la Real Academia celebró el pasado 8 de junio en Madrid retomando la sesión que Molina no pudo protagonizar hace un año al encontrarse hospitalizado. El acto tuvo el formato de cena-coloquio y contó también con la participación de Alfredo Rocafort, académico de número y presidente de la Junta de Gobierno de la RAED; José Luis Salido, académico de número y secretario general; José Ramón Calvo, académico de número y presidente del Instituto de Investigaciones Interdisciplinarias de la RAED, y los también académicos numerarios Francisco López Muñoz y Joan Francesc Corona.
Molina certificó que desde la puesta en marcha de las medidas que recoge el Protocolo de Montreal, las concentraciones atmosféricas de los clorofluorocarbonos (CFC) más importantes y los hidrocarburos clorinados se han estabilizado o se han reducido. La concentración de halones ha continuado en aumento debido a los gases halones que se encuentran almacenados en los extintores de incendio y que aún continúan en uso. Sin embargo, la tendencia ha disminuido claramente y se espera que comience a declinar su presencia hacia el 2020. La concentración de los hidroclorofluorocarbonos (HCFC) ha aumentado significativamente, en gran parte debido a los múltiples usos en los que reemplazan a los CFC, como solventes o refrigerantes.
El grado de cumplimiento del Protocolo ha sido enorme. De ahí que se le considere el acuerdo ambiental internacional más exitoso del mundo hasta la fecha y un ejemplo excepcional de cooperación internacional, con el objetivo de la recuperación de la capa de ozono y por tanto de mejorar una parte sustancial de la acumulación de los gases de efecto invernadero, causa fundamental del cambio climático por causa antropogénica. Molina, precisamente, ganó el Nobel por la constatación del papel que juegan los CFC en la destrucción de la capa de ozono.
El académico ha investigado la química de la contaminación atmosférica en la baja atmósfera y trabaja con equipos multidisciplinarios internacionales para enfrentar el problema de la degradación de la calidad del aire en las grandes ciudades del planeta, especialmente enfocados en los grupos de contaminantes del aire en zonas urbanas. Su interés por el clima y las consecuencias que se derivan del factor antropogénico nace en 1972, cuando empezó a trabajar con quien sería su mentor, Sherwood Rowland. Juntos abordaron la investigación acerca de las propiedades químicas del átomo en procesos radiactivos. Una de las líneas de investigación en las que trabajaron fue la de averiguar el destino de algunas partículas químicas inertes derivadas de procesos industriales acumulados en la atmósfera y cuyos efectos sobre el medioambiente no habían sido tenidos en cuenta hasta ese momento.
Tras meses de investigaciones desarrollaron la teoría de la reducción de la capa de ozono, que revolucionó lo que hasta el momento se sabía sobre ese tema al darse cuenta de que los átomos producidos por la descomposición de los CFC destruían la capa de ozono atmosférica y eso tenía unas consecuencias muy graves que iban desde alteraciones en la salud, mayor presencia de cáncer de piel en las zonas afectadas, hasta cambios en el patrón climático de la tierra. En 1974 publicaron los resultados en la revista Nature.