Joaquín Callabed, presidente del Club de Pediatría Social, académico correspondiente de la Real Academia de Medicina de Cataluña y académico de número y vicepresidente de la Sección de Ciencias de la Salud de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), aborda diversas cuestiones bioéticas de la práctica sanitaria y la prevención del acoso escolar desde la óptica profesional en los artículos «¿Usuarios, clientes o pacientes?», «El nacimiento de la medicina social», «Claves para tratar el acoso escolar y el ciberacoso», «Cuestiones éticas de la asistencia a drogadicto» y «¿Por qué son necesarios los médicos humanistas?», publicados entre los pasados 25 de abril y 15 de mayo en la sección «Lectores expertos» de la edición digital del diario «La Vanguardia», de cuya comunidad de lectores forma parte activa.
En «¿Usuarios, clientes o pacientes?», el académico explica su intervención en la actualización del modelo de excelencia de la Fundación Europea para una Gestión de Calidad en relación a los servicios sanitarios y la habitual deshumanización que existe detrás de esta gestión, que forzosamente debe ser diferente a la de cualquier otro sector. «Gerentes, sanitarios y pacientes deben ser tres ruedas que giren sincrónicamente respetando el valor salud que debe ser prioritario. Pero en ningún momento del curso que seguí escuché las palabras paciente y enfermo: hablaban de usuarios y clientes. No termino de comprenderlo, en referencia a un acto asistencial, el bello acto de la relación médico-enfermo. Analizada la situación de la salud, hay que trazar un objetivo y contar con técnicas de intervención para después analizar los resultados. Si son malos, deben atribuirse al planificador, que buscará caminos nuevos (equipo, objetivos, recursos) para buscar soluciones nuevas. Y también es necesario que el paciente opine en una encuesta de satisfacción sobre la asistencia que recibe, opinión que servirá para matizar la asistencia que se presta», considera.
En «El nacimiento de la medicina social», Callabed abunda en este mismo asunto tratando en este caso los factores sociales que se encuentran detrás de la salud y reseña la figura del médico francés Louis René Villermé, considerado un pionero sobre el abordaje de estos factores. «Con la fundación de la Real Sociedad de Medicina francesa (1778), considerada como la primera agencia del Estado en materia sanitaria, se le confía al médico y economista Louis René Villermé la misión del estudio de la salud con análisis sociales y geográficos. Descubrió la influencia de los factores socioeconómicos y de la pobreza sobre la salud y la mortalidad en los inicios de la industrialización francesa y fue defensor de la reforma higiénica de fábricas y cárceles y uno de los fundadores de la epidemiología social. A la vista de las evidencias, consideró que para luchar contra las enfermedades es preciso intervenir en las prácticas sociales y cambiar también los comportamientos individuales», explica.
Por otra parte, en «Claves para tratar el acoso escolar y el ciberacoso», el presidente del Club de Pediatría Social señala que abordar este problema merece una atención pluridisciplinar de maestros, psicólogos, pediatras y juristas, entre otros profesionales. Solo así, señala, se puede garantizar el éxito tanto en la prevención como en la intervención. «Hay seis puntos esenciales a tener en cuenta sobre la problemática del acoso escolar y el ciberacoso: la violencia es un fenómeno generalizado que merece un estudio detenido del agresor y de su entorno y puede considerarse una enfermedad clínica, según algunos autores; el acoso escolar o ‘bullying’ es una forma de violencia que merece una atención pluridisciplinar de maestros, psicólogos, pediatras, juristas, etc.; el ciberacoso es una variante del acoso y se desarrolla en el uso de internet, telefonía móvil y videojuegos online y pueden convertirse en un modo para ejercer un acoso psicológico entre iguales; la familia de los agresores y agredidos debe ser informada y orientada sobre este fenómeno y buscar su colaboración; la escuela debe comprometerse en este problema, porque la prevención de la violencia puede hacerse a nivel de prevención primaria (información), secundaria (detección) o terciaria (actuación o intervención); existen métodos de prevención del acoso en diferentes países debidamente evaluados que pueden servir de referencia», explica.
En cuanto a la atención profesional a las adicciones, Callabed considera en «Cuestiones éticas de la asistencia a drogadicto» que la drogadicción como una enfermedad crónica exige una actuación sanitaria similar a otras enfermedades. «Hay condicionantes éticos por los que todo paciente merece ser tratado con respeto, compasión y prudencia y hay unos principios bioéticos del paciente como el de autonomía, beneficencia, ‘primum non nocere’ (primero no hacer daño) y el principio de justicia. El principio que inspira este cambio es el de considerar la drogadicción como una enfermedad crónica que exige una actuación sanitaria similar a los que se sigue con otras enfermedades crónicas. Las intervenciones sanitarias han de aspirar a reducir la morbimortalidad relacionada con la adicción, minimizar el deterioro psicosocial y combatir los trastornos sociales, asociados al hábito de consumir tóxicos, como son las infecciones y otras enfermedades orgánicas, sin penalizar a los que no quieren renunciar al consumo o que han recaído después de uno o más intentos de deshabituación», argumenta.
Por último, en «¿Por qué son necesarios los médicos humanistas?», el académico insiste en que es necesario un componente humano en la medicina, en estos tiempos dominada en algunos campos por el economicismo. «Ser humanista no es solamente saber lenguas muertas y a través de ellas las cosas muertas. Cuando se aplica a los médicos, recoge las vibraciones de la profesión porque debe estar el diálogo con la vida y saber recoger en la escudilla de su experiencia, esa única gota de sabiduría que la vida destila cada jornada. El humanismo es la voluntad y la disposición queridas para tratar de comprenderlo todo y, por consiguiente, para no seguir a ninguna doctrina particular, ni siquiera a la que pudiera parecernos más próxima a la verdad. Ser humanista es comprender al ser humano; comprenderle, que no es tanto conocerle como disculparle; y, por lo tanto, amarle; porque a nadie se ama más que a aquel a quien se tiene que perdonar algunas cosas», concluye.