Naohito Watanabe, excónsul general de Japón en Barcelona, académico correspondiente de la Academia Nicaragüense de la Lengua, académico honorario de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua y académico de honor de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), encabezó la presentación de las «Memorias» de Héctor Darío Pastora, presidente y fundador del Movimiento Mundial Dariano, que se celebró el pasado 11 de febrero en el Parque Rubén Darío de Miami (Estados Unidos), organizado por el Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos. Watanabe es vicepresidente honorario del Movimiento Mundial Dariano y portador del Orden Rubén Darío.
«Profesor Héctor Darío Pastora, quisiera felicitarle por la publicación de sus ‘Memorias’, fruto de su larga trayectoria literaria con largo recuerdo que hacen el alma rica y libre. Como dice la ‘Canción de otoño en primavera’ de Darío, ‘Juventud, divino tesoro, se va rápidamente para no volver. Mas es suya el alba de Oro’. Que siga adelante siempre adelante liderando dinámicamente el Movimiento Mundial Dariano iluminando el mundo con la gloria de Rubén Darío«, señaló el académico de honor en su intervención, recordando además cómo el autor había prologado la traducción los «Cuentos completos» de Rubén Darío al japonés que realizó el propio Watanabe.
Watanabe es un profundo conocedor de la obra de Rubén Darío, uno de los grandes exponentes del Modernismo en la literatura española e hispanoamericana, y es autor de la traducción de «Azul», «Viaje a Nicaragua», «Intermezzo tropical» y los citados «Cuentos completos», obras cumbre del autor nicaragüense tanto en verso como en prosa. Es asimismo un reconocido divulgador de la obra de este autor y de su fascinación por Japón, un país que nunca visitó, pero que inspiró parte de sus composiciones y le permitió desarrollar lo que se dio a conocer como japonismo.
El académico de honor explica que se introdujo en la figura y la obra de Rubén Darío casi por casualidad, al llegar como diplomático a Nicaragua. Fue entonces cuando se dejó fascinar por el autor, hasta el punto de convertirse en uno de sus especialistas. «Un día visité el Lago de Nicaragua, famoso por los tiburones de agua dulce. En el embarcadero había una niña chiquitita, quizás de ocho o nueve años, con el cabello rubio, ojos negros, tez morena quemada al sol, y vestida de harapos y además descalza. Ella se acercó sonriente a mí. Creí que iba a pedirme algún dinerillo como solían hacer los niños en los semáforos de aquel entonces. Pero qué sorpresa, ella empezó a declamar algo. Algo rítmico y versificado. Era un poema dulce y resonante, con cierta melancolía. Me quedé embelesado, fascinado, y sentí hasta el estremecimiento en mi corazón con la declamación de aquella niña. Así fue mi primer contacto con la obra de Rubén Darío«, explicó el académico en su última visita a Barcelona.