Naohito Watanabe, cónsul general de Japón en Barcelona, ingresó como académico de honor de la RAED
Naohito Watanabe, cónsul general de Japón en Barcelona, ingresó como académico de honor de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED) durante una ceremonia que se celebró el pasado 15 de mayo en el auditorio de Fomento del Trabajo Nacional, en Barcelona. El recipiendario leyó el discurso de ingreso «Rubén Darío, Japón y japonismo». Le respondió en nombre de la corporación el académico de número de la RAED y también cónsul general honorario de Austria Josep Maria Bové.
El nuevo académico honorario rememoró sus años en Nicaragua y explicó cómo la casualidad le llevó a descubrir la figura y la obra de Rubén Darío. A partir de ahí descubrió cómo uno de los principales exponentes del modernismo en español había sentido una especial fascinación por Japón hasta convertirse también en impulsor de lo que se dio en conocer como japonismo. «A pesar de que el poeta nunca estuvo allí en Japón, Darío con su vigorosa imaginación y la visión cosmopolita fusionó lo exótico de Japón en su modernismo sobrepasando el tiempo y el espacio», explicó el nuevo académico.
En este contexto, Watanabe rememoró la figura de la bailarina japonesa Madamme Sadayakko, que sorprendió a la sociedad barcelonesa durante el viaje que realizó a la capital catalana en mayo de 1902. «Ramon Casas y Picasso pintaron los retratos de Madamme Sadayakko que están exhibidos en el Museo de Modernismo de Barcelona. Darío admiraba las escenas de Madamme Sadayakko mencionando que la maravillosa actriz hacía una revelación exótica y peregrina», señala el cónsul japonés en su discurso.
Watanabe no pudo sino enunciar las referencias a Japón que Darío realiza en sus «Prosas Profanas». Destacó el poema «Divagación»:
Ámame, japonesa, japonesa
antigua, que no sepa de naciones
occidentales; tal una princesa
con las pupilas llenas de visiones
que aun ignorase en la sagrada Kioto,
en su labrado camerín de plata,
ornado al par de crisantemo y loto
la civilización de Yamagata
Asimismo, en el poema «Para la misma», aparece una curiosa alusión a la belleza de una fascinante «cubana japonesa»:
Miré al sentarme a la mesa,
bañado en la luz del día,
el retrato de María,
la cubana japonesa.
El aire acaricia y besa,
como un amante lo haría,
la orgullosa bizarría
de la cabellera espesa.
Diera un tesoro el mikado
por sentirse acariciado
por princesa tan gentil
digna de que un gran pintor
la pinte junto a una flor
en un vaso de marfil