Josep Ignasi Saranyana, profesor emérito de la Universidad de Navarra, miembro «in carica» del Pontificio Comité de Ciencias Históricas y académico emérito de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), comparte con la comunidad académica el trabajo «Los escritos universitarios del joven Ratzinger (1951-1962)», publicado en el volumen 15 del «Anuario de Historia de la Iglesia» de la Universidad de Navarra. El artículo analiza la trayectoria teológica del papa Benedicto XVI durante los primeros once años de su carrera universitaria, desde su tesis doctoral hasta el inicio del Concilio Vaticano II y su traslado a Münster.
El académico señala cómo los temas en los que el pontífice centró su investigación inicial se han mantenido constantes a lo largo de los años: la relación entre tradición y escritura, las claves eclesiológicas para comprender las relaciones entre Iglesia universal y particular, las premisas para la posibilidad de la Teología como ciencia y el papel de la razón en el discurso teológico y la singular mediación de Cristo. «La actividad científica de Benedicto XVI comenzó muy temprano, cuando todavía era estudiante del seminario diocesano de Frisinga, el año anterior a su ordenación sacerdotal. En julio de 1950, al terminar el semestre de verano, Joseph Ratzinger fue invitado por la Facultad de Teología de Múnich, y muy particularmente por su maestro y amigo Clemens Gottlieb Söhngen a presentarse a un concurso teológico, consistente en redactar un trabajo de investigación sobre ‘Pueblo y casa de Dios en la enseñanza sobre la Iglesia de San Agustín’«, inicia Saranyana su argumentación.
Este fue el trabajo que abrió al joven Ratzinger las puertas del doctorado, pues el trabajo se podría computar como una memoria de investigación para la obtención de ese grado, que debería completarse con unos exámenes orales y escritos y la defensa pública de unas tesis teológicas tomadas de las disciplinas de los estudios institucionales. La tesis fue terminada poco antes de la ordenación sacerdotal, a finales de la primavera de 1951, y se publicó en 1954. «Con este estudio vemos la atmósfera cultural en que se desenvolvía el joven Ratzinger: los padres del siglo IV, sobre todo san Agustín, y la renovación histórica de la teología, lejos del historicismo. Para completar el cuadro, habría que añadir el influjo de las nuevas corrientes patrísticas francesas, ya desde los años de sus estudios seminarísticos o institucionales. No hay duda, por tanto, de que la memoria doctoral ratzingeriana se nos ofrece como una pieza sólida, bien documentada, firmemente anclada en la tradición, según el estilo de su maestro Söhngen«, prosigue Saranyana.
El académico prosigue con los estudios del futuro papa en la cátedra de Teología fundamental del Seminario de Frisinga, que obtuvo en 1958, y su docencia en Bonn que precedió a su participación en el Concilio Vaticano II y a la cátedra de Teología dogmática de la Universidad de Münster, de la que tomaría posesión en el semestre de verano de 1963. «Durante el Concilio Vaticano II, Ratzinger se consagraría como un teólogo de primera línea, a pesar de su juventud, pues no había cumplido todavía los cuarenta años. Entre tanto había pasado a la cátedra de Teología dogmática de la Universidad de Münster, donde se sentía más cómodo que explicando Teología fundamental, su tarea en Freising y Bonn», señala Saranyana.
El estudioso destaca dos elementos clave de esta etapa en la formación del gran teólogo: su fidelidad al método aprendido de su maestro Söhngen, en el sentido de que hay que estudiar los problemas en el contexto de la tradición de la Iglesia, y una serie de cuestiones dogmáticas que él mismo se había planteado al comienzo de su carrera académica, como son las relaciones entre tradición y Escritura, la aparente dialéctica eclesiológica entre institución y carisma, la armonización entre Iglesia universal e Iglesias particulares, las posibilidades efectivas de la razón humana para articular un discurso verdadero sobre las cosas divinas y así la posibilidad de la Teología como ciencia, y la salvación por Cristo, único mediador.