Carlos Cortina

Dr. Carlos Cortina

Carlos Cortina, delegado para España de las Órdenes Dinásticas de la Casa Real de Saboya y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores (RAED), comparte con la comunidad académica el artículo «Lleïr, l’angelet geganter», escrito junto a la partitura del mismo título con motivo de una trágica noticia: la muerte del pequeño Lleïr, de seis años, un entusiasta «patumaire» de Berga. Conmocionado por la pérdida, el académico explica la catarsis que supuso, en plena Patum, el duelo compartido por toda una ciudad.

«Lleïr, l’angelet geganter»

El poeta inglés John Donne escribió en 1624 la «Meditación XVII», de su obra «Meditaciones en tiempos de crisis», un texto maravilloso que no puede dejar a nadie indiferente y que, a su vez, sirvió de inspiración -poco más de trescientos años después- al escritor estadounidense Ernest Hemingway para su novela de 1940 «¿Por quién tocan las campanas?»: «Nadie es una isla, completo en sí mismo. Cada humano es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, no importa si es un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o tu propia casa. La muerte de cualquier persona me debilita porque estoy ligado a la humanidad. Por eso no preguntes nunca por quién tocan las campanas. Tocan por ti».

Si esto ocurre en la desaparición de cada migaja material, más aún debe suceder en el adiós de cualquier persona viva y, de una forma aún más trágica y desgarradora, cuando se trata del traspaso de un niño, porque se extinguen las vivencias, las ilusiones y los sueños atesorados en sus pocos años de vida, cuando todo era un camino por recorrer.

Sin embargo, prefiero y necesito creer que la esencia de cada persona no se destruye ni desaparece, sino que se transforma, tal y como aprendíamos que pasaba con la energía en el primer principio de la termodinámica. Y, con mayor razón, si sobre nuestro rostro se conserva aquel soplo divino que hizo al primer hombre de barro, que le dio la vida, la conciencia, la espiritualidad y el don del amor.

Cuando se difundió la noticia de que Lleïr había muerto, un sentimiento infinito de tristeza invadió las calles de Berga, una de esas tragedias que no se entienden, contra las que nos rebelamos, pero que, desgraciadamente, no podemos cambiar. Es entonces, cuando de manera individual y colectiva, se experimenta el debilitamiento que describía John Donne. Entonces, de nada sirven las frases hechas y, tal vez, solo ayuda la presencia, apoyar a los padres, que sufren de manera estremecedora que el destino les haya robado su hijo.

Cuando todo esto sucedía y sin palabras para decir que apaciguaran el dolor infinito por tan irreparable pérdida, quien escribe se sentó en el piano, y sin saber cómo, empezó a brotar un baile de gigantes, sin saber que para Lleïr, la Patum en general, pero los gigantes en particular, eran sus héroes, sus compañeros de los juegos callejeros, sus amigos míticos de madera y cartón, y su pequeño gran mundo.

Este fue el mensaje sonoro de pésame y una oración transcrita sobre el papel pautado para que cada nota, melodía y acorde aportara resignación a los padres, familiares y amigos del pequeño «patumaire» y gigante que se había convertido en angelito.

Posteriormente, el maestro Robert Agustina instrumentó para banda la partitura escrita para piano, y la insistencia y la persistencia de Laia Mascarella Guitart, madre del Lleïr, y uno de los músicos que participaron en la fundación del Memorial Ricard Cuadra, acompañada por Montserrat Roca Pagerols, lograron la comprensión, la complicidad y la aquiescencia de los músicos para que el baile «Lleïr, l’angelet geganter» se estrenara en el concierto de la víspera de la Santísima Trinidad, en la plaza de Sant Pere; es decir, el sábado 14 de junio de 2025.

Aquella noche, y como primera pieza de la segunda parte, se pudo oír y compartir una partitura sencilla, juguetona y de remembranza que inundó cada espacio y rincón de la plaza Cremada, flotando ingrávida como si se tratara de una oración sin ninguna llama, solo con el crepitar de los ojos emocionados que, de vez en cuando, acotaban el techo de cielo que recortaban los tejados de las casas.

Las nubes no permitían que hubiera negrura en el fondo del cielo; y en el inicio de la segunda frase del baile sucedió como si una banda de ángeles hubieran empujado aquellas esponjas vaporosas, cargadas de agua, y de repente todo aquel tálamo cósmico se salpicó profusamente de estrellas, como un salto celestial, en el que cada brillo era el alma de un «patumaire» que punteaba, con anhelo y emoción, el baile del Lleïr.

La música del Memorial y la del «angelet geganter» se convirtieron en un puente invisible y místico entre el Cielo y la Tierra, en una especie de comunión espiritual entre los berguedanos y «patumaires» actuales y los que ya han traspasado, y en una oportunidad para reencontrarse a través de los ritmos, las notas y las melodías intergeneracionales de la Bulla, la Patum y el Corpus.

Ojalá que, más pronto que tarde, el baile de Lleïr, el «angelet geganter», se vuelva a tocar en la plaza de Sant Pere, pero esta vez con los gigantes de la Patum Infantil, y que los niños y niñas punteen y bailen con la melodía que, durante el Memorial Ricard Cuadra de 2025, Lleïr Genovès i Mascarella punteó y danzó en la plaza Cremada del Cielo.