Manuel Valls, exprimer ministro de Francia, defiende en la Academia una Cataluña alejada del discurso único y el culto identitario

Manuel Valls, exprimer ministro de Francia; Santiago Castellà, académico de número y miembro de la Junta de Gobierno de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), y Joan Francesc Pont, también académico numerario y miembro de la Junta de Gobierno de la RAED, protagonizaron el pasado 10 de enero el debate convocado por la Real Academia y la Unión de Franceses en el Extranjero «Laïcité-laicidad. Dos caminos diferentes en Francia y en España con valores comunes». La sesión, que se desarrolló en el Salón de Actos de Fomento del Trabajo Nacional en presencia de unas 250 personas -el aforo máximo de la sala-, estuvo encabezada por Alfredo Rocafort, presidente de la RAED, y moderada por el economista y político francés Richard Onses, académico correspondiente electo de la RAED.

Valls defendió el concepto de la laicidad más allá de la religión y como pilar de la democracia. «El poder político debe mantenerse neutral en todos aquellos ámbitos que por definición no pueden ser universales, como las confesiones religiosas, las ideologías políticas o las identidades étnicas o culturales. Ningún culto particular debe tener privilegios institucionales, ya sea económicos, jurídicos, administrativos o simbólicos, sobre los demás».

Futurible como candidato a la Alcaldía de Barcelona, Valls no eludió la situación política catalana para ilustrar su reflexión. «Lo que trato de explicar lo vemos en la toma de partido de la Generalitat a favor de una manera de ser catalán que es sólo de unos cuantos catalanes, a favor de una identidad catalana que no identifica a todos los catalanes. Lo vemos en la politización de las instituciones, de los medios de comunicación y del sistema educativo, puestos al servicio del credo que profesa sólo una parte de la ciudadanía. Lo vemos en la invasión del espacio público, que es de todos, con la simbología particular de algunos. Lo vemos en la homogeneización del tejido dependiente del erario y en esos editoriales conjuntos, que son el símbolo perfecto de lo que no es pluralismo, de lo que no es libertad de conciencia, de lo que no es laicidad», afirmó.

Pont, por su parte, coincidió en que el principio de laicidad no es sólo un elemento de inspiración del ordenamiento jurídico, sino que es también el motor de la emancipación de los ciudadanos para ejercer su libertad de conciencia. «Laicidad es la arquitectura espiritual de una sociedad abierta y por tanto no es la negación del interés por la búsqueda de la trascendencia sino al contrario, el respeto por la libre indagación sobre los grandes problemas que han preocupado siempre al ser humano. España hizo los deberes con la Constitución, pero le queda todavía un largo camino que recorrer para convertir la laicidad en un principio verdaderamente vigente», consideró.

Castellà argumentó que en las actuales sociedades heterogéneas y multiculturales, las normas de convivencia no pueden sino basarse en el principio de una laicidad que va más allá de la religión, «lo que tiene que ver es con construir un espacio público que sea plural, abierto, tolerante, que permita que cada uno concurra con sus propios valores y con su propia cosmovisión sin interferir en los otros y al mismo tiempo construyendo un espacio donde todo el mundo pueda sentirse bien», explicó.

Para Rocafort, este exitoso debate incide en la vocación de servicio de la Real Academia. «El día en el que la Real Academia Europea de Doctores organiza un debate sobre el principio de la laicidad está ratificando que su vocación académica centenaria es la de favorecer el pluralismo ideológico, la capacidad de investigación, el diálogo entre las ideas y concepciones distintas y sobre todo el derecho inalienable del ser humano a dudar sobre los cauces por los que se construye un itinerario de convivencia en libertad y de espontánea búsqueda de la felicidad», señaló.