Miquel Ventura, director de proyectos de la Fundación Pro Real Academia Europea de Doctores, destaca cómo los últimos informes de actividad del proyecto Silmar, correspondientes a las observaciones realizadas y datos recogidos a lo largo del año 2022, ponen en evidencia el paulatino incremento de temperatura del agua del mar en las costas mediterráneas y cómo ello impacta de una forma clara y alarmante sobre la biodiversidad litoral. El proyecto se desarrolla en las dos estaciones de observación y protección de la biodiversidad marina que Silmar tiene instaladas en el litoral catalán, una en Barcelona y la otra en la Cima de Castell-Platja d’Aro – Baix Empordà-Girona.
Los datos de la estación de Castell-Platja d’Aro aportan en este sentido una contundente evidencia: la temperatura del agua marina alcanzó los 24ºC a 27 metros de profundidad en el mes de agosto, cuando los registros históricos muestran que, a esa profundidad, las aguas del Mediterráneo occidental han venido oscilando entre los 14º C y los 16º C, lo que comporta una notable influencia en los parámetros físicos y medioambientales del entorno marino, con significativas consecuencias para sus ecosistemas. Como recoge el propio informe, la Fundación Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo ha determinado, a partir de los datos científicos recogidos en los últimos 35 años, que el Mediterráneo se ha convertido en uno de los mares más afectados por el calentamiento global y las alteraciones para la biodiversidad que ello conlleva. En concreto, entre 1982 y 2016 la temperatura en el Mediterráneo subió una media de 1,27 grados, superando los dos grados en algunas zonas, según datos de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos.
La afectación sobre el medio de este significativo incremento de temperatura se ha hecho notar en las observaciones sobre el estado de la fauna y flora autóctonas. En la estación Castell-Platja d’Aro destaca, en este sentido, la regresión de especies adaptadas a temperaturas inferiores, como el caracol rallado «Bivetiella cancellata» o la conocida posidonia. Por su parte, en la estación de la Mar Bella de Barcelona se han detectado ya ocho especies invasoras desde el inicio de las observaciones hace una década, dos de ellas en este último informe: tres algas y cinco invertebrados. Éstas últimas son el alga verde «Codium fragile», importada del Pacífico al Mediterráneo a través del comercio de otras y detectada en España en ya el año 1966, y la esponja de la especie «Paraleucilla magna», muy favorecida por el incremento de la temperatura del agua marina.
Estas especies, como se ha demostrado en numerosos casos, suelen desplazar a las especies autóctonas hasta hacerlas desaparecer. El informe de esta estación señala sin ambages que asistimos a una «tropicalización del entorno y a una transformación radical del ecosistema marino litoral de la ciudad de Barcelona y de la región». «La presencia de especies marinas foráneas alteran, en mayor o menor grado, el equilibrio del ecosistema que han colonizado derivado de su capacidad de desarrollar su ciclo biológico favorecido por las nuevas condiciones ambientales del calentamiento del agua, la contaminación y la pérdida de competitividad de las especies autóctonas. Estas cambiantes condiciones ambientales, sumado a la regresión de las especies autóctonas, induce a que las especies importadas tengan un comportamiento invasor, transformando poco a poco el hábitat marino original y estableciéndose como especies dominantes. Esto ya está ocurriendo en el mediterráneo oriental, donde el 60% de las especies son foráneas. Por otro lado, la presencia de algunas especies protegidas nos permite dar valor estratégico y ecológico de estas zonas marinas y motivos para promover medidas de protección de estos hábitats donde las administraciones públicas tienen las competencias y la obligación de actuar para protegerlas», señala el informe.
Estos dos últimos informes Silmar citan un artículo publicado recientemente en la revista «Global Change Biology» en el que se muestra que las poblaciones de unas 50 especies (incluyendo corales, esponjas y macroalgas) se han visto afectadas por el incremento de la temperatura marina a lo largo de miles de kilómetros de costas mediterráneas, desde el mar de Alborán hasta las costas mediterráneas de oriente. «Los impactos de las mortalidades se observaron entre la superficie y los 45 metros de profundidad, donde las olas de calor marinas registradas fueron excepcionales, afectando a más del 90% del Mediterráneo y alcanzando temperaturas de más de 26ºC en algunas áreas. Los eventos de mortalidad masiva en el Mediterráneo son equivalentes a los de blanqueamiento observados también de forma recurrente en la gran barrera de coral, lo que sugiere que estos episodios son ya la norma más que la excepción. Es imperativo reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero a un 45% para el 2030, como recomienda el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático«, explica Ventura.