José Mª Gay de Liébana
Profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona
Académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED)
¡Qué pague Europa! ¿Y cómo?
Da la impresión escuchando a algunos representantes gubernamentales, que el mensaje que se lanza hacia Europa, en la actual situación económica por la que atraviesa España y ante la magnitud de la debacle que se otea, es el de que es Europa quien tiene que pagar todo el desaguisado financiero de nuestro país y que la consigna es aquella del dicho popular de que aquí paz y después gloria.
Incluso, hasta parece que sea un bulo, de los tantos que corren por ahí, que si Europa tendrá que rescatar a España y demás advertencias por el estilo. A veces, se parte de una premisa desenfadada: Europa, la generosa y desprendida Europa, con los países del norte tan modosos ellos, ahorradores recalcitrantes, respetuosos con sus cuentas, disciplinados con sus presupuestos, comportándose financieramente con prudencia y que cuando los vientos económicos soplan a favor van guardando y rebajando su endeudamiento; los países del norte de Europa, decía, están encantados de pagar los desmanes del sur y la algarabía gastadora de la España gubernamental que, por más shock económico del virus, vive ajena a las vicisitudes financieras.
Se suben las pensiones, se crea una renta básica universal -cuyo coste anual el Gobierno ya cifra en 3.000 millones de euros, y pagadera a partir de junio-, “se movilizan recursos” -que uno presiente saldrán de la cariacontecida y noqueada economía productiva-, se acrecienta el gasto público, se dispara aún más el déficit público, que si ya flirtea con el diablo se hundirá a simas endemoniadas, y se agita la ola de la deuda pública salvajemente.
Pero acá no pasa nada, ¡porque Europa tiene que mostrar su espíritu solidario subvencionando a España sin límite ni garantías ni condicionalidades ni nada parecido! ¡Queremos deuda perpetua, de esa que no se paga nunca, y además que todo el dinero que desde el norte nos envíen sea a fondo perdido, es decir, como subvenciones y ayudas no reintegrables, porque lo necesitamos para seguir bailando al ritmo de la verbena del santo dispendio! ¡Qué Europa demuestre su solidaridad y si no, hacemos una quita de nuestra deuda y no se paga a nadie! Se apela, en suma, muy a la ligera y sin ningún sentido de la responsabilidad a que Europa sea la que costee nuestros desmanes.
Dicho lo anterior, uno, no obstante, no acaba de entender la parsimonia, lentitud y, me atrevería a decir que torpeza de la Unión Europea en concretar soluciones urgentes y eficaces ante lo que es pura devastación económica en Europa y, sobre todo, en la Europa del sur. El llamado Plan Marshall, fondo de reestructuración o como quiera que se le bautice, tiene que implementarse sin demoras porque de lo contrario la nave europea no solo se encalla, sino que corre peligro de hundirse por culpa de las fisuras y brechas que se van a producir.
Ahora bien, esa suma billonaria que podría ser de 1,5 billones de euros o que tendría que ser tal vez de más cuantía, topa con serias dificultades para su alumbramiento. Por un lado, la Europa del sur, o sea, nosotros, Italia y Portugal -y supongo que algún otro país se subirá al carro- quieren que el dinero llegue en forma de subvenciones no reembolsables, mientras que el recto norte de Europa exige que el dinero que vaya a los Estados sea en forma de préstamo y con condiciones financieras, ¡faltaría más! Nada de a fondo perdido y de subvencionar a países que no han hecho los deberes y han gestionado mal sus cuentas.
El quid de la cuestión, ¡cómo no!, radica en ser deficitario o superavitario y ser responsable con el uso de la deuda pública. Alemania cerró 2019 con superávit del 0,7% y rebajando su deuda pública al 59,8%; Países Bajos, con superávit del 1,7% y aminorando la deuda al 48,6% del PIB. España cerró 2019 con déficit del 2,82% y deuda al 95,5%; Italia con déficit del 1,6% y deuda pública en el 134,8%… El sur quiere que le regalen el dinero y el norte sabe que le tocará a él poner el dinero y no está dispuesto a que sea a fondo perdido. No cala en la Europa seria, el regodeo de que la Europa ligera de cascos viva subvencionada.
Lluvia de estrellas
Tim Cook, Apple; Sundar Pichai, Google; Satya Nadella, Microsoft; Larry Ellison, Oracle; Mark Zuckerberg, Facebook… los CEO de IBM, Intel, Qualcomm, Cisco… Los presidentes de Exxon Mobil, Continental, Chevron, Lockheed Martin, Honeywell, General Dynamics… Los máximos responsables de JP Morgan, Bank of America, Goldman Sachs, Wells Fargo, Citigroup, Morgan Stanley… La alargada sombra de Warren Buffet… Los presidentes de Blackstone, Paulson & Company, Elliott Management, Vista Equity Partners, Charles Schwab… Jim Hoffa, presidente de la omnipotente Hermandad Internacional de Camioneros; Terry O’Sullivan, factótum de la Unión Internacional de Trabajadores de América del Norte; Richard Trumka, líder del gran sindicato de Estados Unidos… Y los máximos exponentes de la industria del deporte, también.
Todos los hombres del presidente, de Donald Trump, que ya se han puesto a trabajar para que América, la América de los sueños que batalla frente al virus, se ponga en marcha con la gran reactivación económica que permita reconstruir en poco tiempo el cataclismo causado por la Covid-19 para resurgir del envite con su fuerza económica y empresarial. Todos juntos, sin diferencias, sin reproches, sin personalismos, sumando por su patria.
Sin necesidad de ir a Estados Unidos, nos quedamos en Italia, donde su primer ministro, Giuseppe Conte, ha designado un equipo de expertos encargados de reconstruir el país en cuanto vuelva la normalidad, liderado por el exCEO de Vodafone, Vittorio Colao, con 16 sabios dispuestos a diseñar la hoja de ruta italiana. Y por acá, en nuestra querida España, además de dimes y diretes, de broncas intra y extra parlamentarias, de desatinos y despropósitos, ¿alguien piensa en qué hacer el día después?
Vocablos y flema
Cada crisis acuña sus propios vocablos. Los bretes económicos de la Covid-19 deparan sendas voces en boga: desescalada y asimetría. Desescalada suena a montañismo, con influencia inglesa y nuestra Real Academia Española de la Lengua desaconseja su uso. Y manejamos lo de desescalada empresarial para destacar una vuelta a la normalidad progresiva, con toda suerte de test y chequeos médicos que de momento costean las propias empresas, ávidas de que la maquinaria económica funcione, aunque sea a medio gas. Porque, esto o morir. El término asimetría, de corte geométrico y estética lingüística, simboliza que no todo es igual, de la misma manera. Empresarios, autónomos, profesionales piden que la actividad económica se recupere. Ellos son conscientes del socavón económico que se está abriendo y eso significa caída.
Y caída es lo que acontece en los mercados financieros, con inversores asustados precipitando las ventas de acciones, haciendo bajar las bolsas. El mítico Warren Buffet y su veterano socio Charlie Munger, que disponen en la caja de Berkshire de 128.000 millones de dólares en «cash» y en «stand by», empiezan a mover fichas, o sea, dinero y entienden que ahora es el momento propicio para tomar posiciones e invertir, cuando la bolsa se pone a tiro. Porque la tormenta de la Covid-19, tarde o temprano, pasará. Unos, con sus nervios y espantos, habrán perdido parte de su patrimonio. Otros, más flemáticos, aguantan o incluso porfían en comprar hoy a precio de saldo. Tras la tempestad, el paisaje se calmará y las mentes frías ganarán. En economía y finanzas, el manejo de los tempus es crucial, como saber invertir ahora en deuda corporativa de quilates. O sea, que no todo es renta variable, sino que la renta fija también juega en esta coyuntura.
¿Hacia la nueva Edad Media?
Vaya por delante que la inspiración de estas líneas, además de la fuerza de los acontecimientos, bebe en las fuentes del discurso de ingreso en nuestra Real Academia del Doctor Fermín Morales, catedrático de Derecho Penal, que tuve el singular honor de contestar en nombre de nuestra institución. Casan, a la sazón, ambas referencias.
¿Cuál será el papel del Estado en la era postCovid-19? El protagonismo estatal puede ser aplastante, nacionalizando empresas estratégicas o ejerciendo el dominio sobre las mismas, con los ciudadanos cibercontrolados, con reconocimiento facial, con parte de la población subsidiada por las arcas del Estado, quizás llevando a gobiernos más autoritarios que nos sometan a constante vigilancia y potestad sobre todos nosotros. Un Estado omnipresente interviniendo y accionando la economía. ¿Nos precipitamos hacia una nueva Edad Media, a tenor de la propuesta del doctor Fermín Morales? ¿Quiénes estarán al frente de ese nuevo Estado que se erigirá en sumo sacerdote en todos los órdenes de nuestra vida?
El Estado irá asumiendo cada vez más responsabilidades y tutelas, es decir, mayor totalitarismo, con un crecimiento imparable del gasto público. Con los números descosidos habrá que estrujar hasta el último céntimo a las empresas y ciudadanos que sobrevivan. El mayor porcentaje de gasto público sobre el producto interior bruto no es más que mayor intervencionismo económico, con el sector público desplazando al sector privado como motor de la economía. ¿Qué se pretende realmente con tantas políticas sociales y el todo subsidiado en busca de la igualdad? ¿Coartar la libertad? ¿Cultivar copiosos caladeros de votos a cargo de quienes, en el marco de la economía productiva, sobrevivan a la pandemia del virus y a la epidemia económica? ¿Cómo se costeará tanta sinecura si andamos escasos de dinero público? Decía Ortega y Gasset: «España es el problema, Europa la solución». Reflexiones cuando el tiempo primaveral llega a nuestros días de confinamiento y seguimos intentando descifrar los enigmas de las fases de la desescalada, que requieren de un manual interpretativo, simplemente, para pisar la calle.
¿Condenados al abismo?
Los cimientos de nuestra economía crujen y el bombardeo es intenso por todos los frentes. La aniquilación justo empieza. La contracción de la actividad económica de un 33% en marzo, en sólo dos semanas, es introito para un abril espinoso cayendo al 45%. Si en el primer trimestre de 2020 nuestra economía cae un 5,2%, los negros augurios apuntan a un derrumbe del 11% o del 12% para este año. Y, confiemos, en que el declive no empeore si el maldito virus rebrota. Las empresas, nuestras pymes, están agonizando.
El Gobierno sigue pisando la senda que no se ha de pisar y despeñando a nuestros autónomos y pequeñas y medianas empresas, sin escrúpulos. Miles de bares y de establecimientos de hostelería bajarán definitivamente la persiana. Los hoteleros no conciben cómo demonios se puede regular su actividad con tanto menoscabo para el sector. No son los únicos. El clamor empresarial por la falta de liquidez es estruendoso. El Gobierno, a diferencia de otros países que sí están haciendo las cosas como procede, ahoga, al punto de estrangular, a nuestro tejido empresarial, que se está derrumbando y con él nuestra economía entra en coma.
No es que la banca no esté inyectando liquidez, como parece reprocharle el mismo Gobierno, es que el Estado no suelta ni un duro, acaso porque no lo tiene. Ya se especula con que el monto del déficit público este año puede alcanzar los 137.000 millones de euros, que nos empujaría al abismo. Y, a modo de remedio digno de la más supina indigencia intelectual económica, algún miembro o miembro gubernamental desliza lo de subir impuestos, a modo de estoque de muerte para nuestra economía. Sin paliativos, estamos abocándonos al abismo.