José Ramón Calvo
Asesor estratégico del Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación, director del Club de Excelencia de Ubbiquo Business School y académico de número y presidente del Instituto de Cooperación Internacional de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED)
José Ramón Calvo, asesor estratégico del Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación, director del Club de Excelencia de Ubbiquo Business School y académico de número y presidente del Instituto de Cooperación Internacional de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), comparte con la comunidad académica el obituario que escribió en memoria del arzobispo sudafricano Desmond Tutu, fallecido el pasado 26 de diciembre en Ciudad del Cabo a los 90 años.
Desmond Tutu
El día de San Esteban amaneció gris, y no por razones meteorológicas, sino por la noticia del fallecimiento del premio Nobel de la Paz, el arzobispo sudafricano Desmond Tutu a los 90 años casi recién cumplidos.
Desmond Tutu fue un luchador por la paz, por la reconciliación y el perdón. Desde muy joven mostró su compromiso por luchar contra la maldad que representaba el apartheid, que hasta la llegada al poder de Frederik de Klerk, también recientemente fallecido, era la forma de gobierno en Sudáfrica resistiendo contra viento y marea las tímidas sanciones internacionales y la condena unánime a esa inaceptable discriminación por el color de la piel. Su lucha, siempre desde postulados de la no violencia, fue decisiva para ir minando un régimen segregacionista cuya caída se consuma con la liberación y posterior acceso a la presidencia de Nelson Mandela.
Con la idea de unir al país desde la reconciliación y evitar una purga de los nuevos gobernantes contra los antiguos, Tutu, al igual que Mandela, hizo enormes esfuerzos por conseguir una Sudáfrica que mirará al futuro sin olvidar y aprender del pasado. Bautizó a la nueva Sudáfrica como el país del arcoíris simbolizando la mezcla de etnias, ideas y colores que convivían juntos en esa nueva república postapartheid y de la que dijo: «Si lo hacemos bien seremos el espejo donde se podrá mirar el resto del mundo».
Lideró la comisión de la verdad y la reconciliación promovida por Mandela, con un compromiso de investigar los crímenes de ambos bandos, poner el perdón de las víctimas y una cierta compensación como eje de acción y amnistiar a los que habían reconocido sus crímenes para iniciar una nueva era en el país. Ello le granjeó envidias, criticas y acusaciones desde ambas partes, pero él continuó adelante con su lucha personal de conseguir unir al país después de muchos años de división y opresión de una minoría sobre la mayoría.
Sus valores éticos le llevaron a criticar duramente al sucesor de Mandela por sus erráticas políticas públicas en temas como la epidemia de VIH que asolaba y aún lo hace a ese país. Su compromiso con la paz y la no violencia le llevó, incluso después de ser una celebridad internacional a enfrentarse personalmente, con grave riesgo de su vida, a turbas descontroladas que querían linchar a ciudadanos de uno y otro color sin ningún tipo de procedimiento judicial, o a enfrentarse a Robert Mugabe, dictador de Zimbabue y gran apoyo de los antisegregacionistas sudafricanos durante la época del apartheid, por sus continuas violaciones a los derechos humanos en su país, u oponerse de manera vehemente a la invasión de Irak, por entenderla injusta e innecesaria.
Pero si una cosa distinguía al arzobispo a nivel humano, además de esos valores morales, era su risa contagiosa y su sentido del humor que siempre estaba listo para mostrar. Recuerdo la primera vez que le conocí, en la reunión que organizaba la fundación de Bill Clinton en Nueva York. Había una mesa redonda moderada por Clinton y los participantes eran varios presidentes, primeros ministros y Desmond Tutu. Cuando Clinton presentó a los miembros de la mesa dijo: «presidente tal», «primer ministro cual»… y cuando llegó a Tutu dijo: «presidente… Perdón, arzobispo Tutu». Al acabar las presentaciones, el arzobispo levantó la mano y dijo a Clinton: «con su presentación me ha recordado a una señora en Sudáfrica que me saludó muy efusivamente y me dijo: ‘encantado de saludarle, arzobispo Mandela’, y yo le contesté: ‘señora, usted lo que quiere es a dos por el precio de uno'». Además de generar carcajadas en la sala, incluidas las del arzobispo, dio pie a iniciar la sesión con el buen regusto del humor que siempre le caracterizó y del que hay numerosos ejemplos.
La segunda anécdota que tengo con él fue allá por 2012, en que habíamos iniciado la andadura de una fundación en la que participaban como miembros más de 30 premios nobel y yo quise invitarlo a formar parte de ella. Mi sorpresa -nunca la olvidaré- fue que a los pocos días de escribirle la carta, un viernes por la tarde, estando en un centro comercial, recibí una llamada. ¿Quién estaba al otro lado? Ni más ni menos que mi admirado arzobispo Tutu.
Quiso que le explicara con más detalle lo que se esperaba de él, y al saber que el objetivo fundamental de esa fundación era la de motivar y ayudar a los jóvenes en los inicios de sus carreras profesionales me dijo que contara con su ayuda, advirtiéndome, entre risas, que era un hombre anciano y jubilado y que, por favor, no lo «explotara», porque si no tendría que dejarme abandonado en tan importante misión. A partir de ahí cuidé y mimé mucho mi relación con alguien a quien admiré profundamente, y cada 7 de octubre le felicitaba por su cumpleaños.
Invariablemente recibía una respuesta automática diciendo que estaba totalmente jubilado y que cualquier tema relacionado con él se tratara directamente con su fundación, pero también invariablemente, hasta este año, recibía a los pocos días una cariñosa respuesta suya, agradeciendo que cada año me acordara de él y enviándome a cambio sus bendiciones. Las echaré de menos, al igual que echaré de menos a un hombre que con su bonhomía, rectitud, fortaleza moral y sentido del humor colaboró de manera muy destacada a que el mundo fuese un poco mejor.
Descanse en paz.