Francesc Torralba, director de la Cátedra Ethos de Ética Aplicada de la Universidad Ramon Llull y de la Cátedra de Pensamiento Cristiano del Obispado de Urgell, miembro del Dicasterio de Cultura y Educación de la Santa Sede y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), protagoniza una amplia entrevista en el diario «Ara» a raíz de la publicación de su última obra, «No hi ha paraules. Com assumir la mort d’un fill», en la que aborda la trágica muerte de uno de sus hijos en un accidente en la montaña durante una travesía en la que él le acompañaba. En una íntima conversación con el periodista Albert Om, el académico rememora el último día que pasó junto a su hijo Oriol y reflexiona sobre la ausencia, la vida efímera y la muerte irreversible, asuntos que Torralba ya había abordado en otras obras.
«Lo cierto es que fue un día luminoso, un día fantástico, hacía un sol espectacular, en un entorno privilegiado, como los Picos de Europa. Y con una ruta de prados y paisajes fantásticos. Salimos muy temprano, todavía oscuro, pero fuimos viendo cómo se levantaba el día. Él era muy feliz, se encontraba muy bien, yo también estaba muy bien y habíamos planeado la ruta con mucho tiempo y con muchas ganas. Él iba siempre un poco por delante, por agilidad, también por su fuerza. Había momentos que lo perdía de vista, luego volvía a verlo, él me esperaba, seguía los hitos. Como no había niebla ni nubes, siempre veía la camiseta o el gorro. Pero entonces hubo un momento en que hago un giro del camino y no lo veo. Allí es donde se produce el pánico. ¿Dónde está? Quizás ha ido a hacer sus necesidades. Grito, pensando que me contestará, y no hay respuesta. Grito una y otra vez, ya pasan cinco, diez, quince, veinte minutos, y entonces ya empiezas a pensar en el peor escenario. Que se ha caído, que ha perdido la conciencia, que se ha desmayado… Tampoco era un lugar que diera miedo por un precipicio, pero es verdad que después había una caída hacia el río Cares. Antes de dar ese giro paramos en un riachuelo, porque ya eran las cuatro y media de la tarde, hacía mucho calor, llevábamos muchas horas caminando, y entonces nos refrescamos, y como ya habíamos perdido el camino, le dije: “Si salimos de esta, lo recordaremos toda la vida”. Lo que no sabía es que no saldríamos y que también lo recordaríamos toda la vida. Íbamos bajando con la idea de encontrar el río. Si no, habríamos pedido rescate. Lo acabé pidiendo solo», inicia el entrevistado el relato del trágico suceso.
El académico explica que ha necesitado tomar distancia para no escribir en caliente y expresa lo que siente y lo que ha aprendido. «Si el libro me hubiera salido lleno de indignación y odio contra la vida y contra todo, probablemente no lo habría publicado. Creo que un libro no debe ser una cloaca de emociones. Debe ser edificante. Yo fui el testigo ocular, el único, del último día de la vida de mi hijo. Ni mi mujer, ni mis hijas ni la novia ni los amigos estaban allí. Quería poder contar este último día con la máxima precisión. Reconstruirlo para tener un recuerdo y hacerle un homenaje», asegura. A partir de ahí, Torralba inicia la reflexión que plasma en su última obra, destacando su cambio, su propia evolución tras la incomprensión en el proceso de duelo, el nuevo y estrecho vínculo con sus hijas, toda su familia y amigos. Y el llanto incesante y, en cierta medida, sanador.
A la pregunta de Om sobre qué haría el propio entrevistado si supiese que sería el último día de su vida, Torralba es franco y preciso: «El último día quizá haría dos o tres horas de clase, me complace mucho enseñar, naturalmente iría a correr un rato largo a un lugar bonito, el Montseny, comería con mi mujer y con mis hijas, me gustaría escuchar determinadas músicas, rezaría, trataría de reconciliarme si he herido a alguien y agradecería. Yo haría todo esto y quizás quisiera recibir el sacramento de la unción de los enfermos, aunque no estuviera enfermo, reconciliarme con los demás y con Dios». En este sentido, asegura sentirse en paz con Dios. «Una situación como esta es una prueba de fuego para la fe. He visto movimientos en doble dirección: quien ante una situación así, pues adiós a Dios, y quien dice que lo único que queda es la fe en un reencuentro final. Cómo y de qué manera será no lo sabemos, pero yo creo en ello», concluye.
Docente y divulgador del humanismo cristiano en importantes medios de comunicación catalanes como Catalunya Ràdio y los diarios «La Vanguardia» y «El Punt Avui», el académico es autor de libros destacados como «El sentit de la vida» (2008), «No passeu de llarg» (2010), «El valor de tenir valors» (2012), «Un mar d’emocions» (2013), «Córrer per pensar i sentir» (2015), «Saber dir no» (2016) o «Món volàtil» (2018). Ya durante la pandemia, Torralba publicó los libros «Humildad», «Paraules de consol. En la mort d’un ésser estimat», «Formar personas. La teología de la educación de Edith Stein», «Vivir en lo esencial. Ideas y preguntas después de la pandemia», «L’ètica algorítmica», que fue galardonada con el Premio Bones Lletres de Ensayo Humanístico que otorgan la Real Academia de Buenas Letras y la editorial Edicions62; «La façana de la Glòria de la Sagrada Família. Fonts espirituals i teològiques de l’escatologia d’Antoni Gaudí», fruto de su cuarta tesis doctoral, que leyó hace un año; «Cuando todo se desmorona. Meditar con Kierkegaard» (2023), y «Benaurances per a agnòstics» (2024). Fue reconocido con el Premio Ratzinger 2023, otorgado por la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI.