«Tras mejorar la máquina de vapor de Watt, Betancourt hizo de San Petersburgo una gran capital occidental»
Agustín de Betancourt, un ingeniero nacido en 1758 en Tenerife, fue uno de los personajes clave de la Revolución Industrial en España, Francia y Rusia y, a su vez, un gran desconocido en su país, que abandonó por presiones políticas. Así lo explicó, en una didáctica exposición, Xabier Añoveros, académico de número y vicepresidente de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), durante el III Acto Internacional de la RAED, que se celebró el pasado julio en diferentes ciudades del Báltico. Añoveros presentó la ponencia «Agustín de Betancourt, un ingeniero genial de los siglos XVII y XIX entre España y Rusia».
«Agustín de Betancourt tiene una personalidad científica tan sobresaliente que cualquier pormenor de su vida cobra por sí solo interés -afirma Añoveros en su trabajo-. Betancourt desarrolla su vida y su trabajo en cuatro países dispares: España, Rusia, Francia e Inglaterra. Vivió su juventud siendo ya un reconocido científico y trabajando de espía para el conde de Floridablanca para averiguar el funcionamiento de la tecnología francesa. Años más tarde trabajó para el gobierno francés construyendo una máquina propia de vapor que imitaba a la inglesa en pleno florecimiento de la Revolución Industrial. Debido a su mala relación con Manuel Godoy en España, Betancourt decidió probar suerte en Rusia bajo el mando del zar Alejandro I y en 1812 construyó uno de los puentes más importantes de Rusia, el Kamennoostrovski. Finalmente, fue el protagonista de la urbanización de ciudades tan importantes como San Petersburgo».
Tras mostrar su valía con apenas 20 años, Betancourt fue reclamado en 1788 por el conde de Floridablanca para dirigir un novedoso Gabinete de Máquinas, que se ubicó en el Palacio del Retiro y empezó a funcionar sobre la base del material elaborado por el propio ingeniero y sus colaboradores. Betancourt recibió el encargo de averiguar todo lo posible sobre la tecnología francesa e inglesa para replicarla en España. Y así fue, relata el académico, cómo el joven se convirtió en una figura en Francia y cómo mejoró la máquina de vapor diseñada por Watt, que guardaba sus diseños con celo.
«Sucedió lo que nadie podía sospechar en tierras inglesas, el genial Agustín de Betancourt comenzó a diseñar y construir su propia máquina de vapor de doble efecto y además muy perfeccionada. Lo más importante y para muchos sorprendente: funcionó. Las piezas que no había conseguido en Londres sencillamente las construyó él. Desde ese momento los ingleses dejaron de tener el monopolio de la tecnología de vapor», explica Añoveros en su discurso.
Desde entonces su fama fue notable e inventó y desarrolló todo tipo de máquinas, desde telares mecánicos, instrumentos de precisión para laboratorios o máquinas para obras hidráulicas. En Francia fue conocido por sus trabajos de telegrafía óptica. A finales de 1796 presentó el denominado telégrafo Betancourt-Breguet. Pero su mala relación con Manuel Godoy en España le hizo aceptar la oferta del zar Alejandro I, que puso en sus manos la modernización de la industria, carreteras, canales, puertos e incluso la formación de nuevos ingenieros.
«Al visitar San Petersburgo, sorprende que las inscripciones de la catedral de San Isaac estén escritas en ruso, en francés y en español. Fue una idea personal del zar en reconocimiento a la colaboración en los aspectos técnicos de Betancourt en su reconstrucción», explica Añoveros destacando la importancia que tiene la figura del ingeniero canario en su país de adopción, donde residió hasta su muerte.