José Ramón Calvo, académico de número y presidente del Instituto de Cooperación Internacional de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED) y asesor estratégico del Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación, participó en las XIV Jornadas Molinesas que se celebraron entre los pasados 10 y 12 de diciembre en Lanzarote con la ponencia «Semmelweis, el hombre que salvó a las mujeres». Calvo abordó la figura de Ignaz Philipp Semmelweis (1818-1865), un médico húngaro de origen alemán que hoy es reconocido como el creador de los procedimientos antisépticos. En las sesiones también participó Francisco González de Posada, presidente de la Academia de Ciencias, Ingeniería y Humanidades de Lanzarote, la institución organizadora de las Jornadas, y colaborador habitual de la RAED.
Semmelweis es popularmente conocido como el «salvador de madres», pues descubrió que la incidencia de la sepsis puerperal o fiebre puerperal (también conocida como fiebre del parto) podía disminuir drásticamente usando desinfección de las manos en las clínicas obstétricas. El descubrimiento partió en buena medida de la casualidad. Como obstetra del Hospital General de Viena, Semmelweis observó que la mortalidad de la sala atendida por estudiantes de medicina era entre un 12% y un 17%, en tanto que en la sala atendida por matronas era inferior al 2%. Asimismo, determinó que las mujeres que daban a luz en la calle o en sus casas tenían tasas de mortalidad sustancialmente más bajas.
La única razón aparente que las diferenciaba era por quien eran atendidas. Y a partir de ahí elaboró una hipótesis incluyendo una nueva variable: Los estudiantes colaboraban en autopsias de las mujeres que fallecían de fiebre puerperal, mientras que las matronas no participaban en las autopsias. Asimismo, los estudiantes y los médicos atendían a una puérpera tras otra sin ninguna medida higiénica entre una y la siguiente. A partir de ahí el facultativo determinó la existencia de una “materia cadavérica” que era transportada por los médicos y estudiantes después de hacer las autopsias, ya que las matronas no participaban en ellas y en los partos domiciliarios o en la calle no se tocaban cadáveres antes de la atención puerperal.
Semmelweis unificó los procedimientos de actuación de las dos salas y estableció una norma básica: «A partir de hoy, 15 de mayo de 1847, todo médico o estudiante que salga de la sala de autopsias y se dirija a la sala de alumbramientos, está obligado, antes de entrar en ésta, a lavarse las manos cuidadosamente en una palangana con agua clorada situada en la puerta de la entrada. Esta disposición rige para todos. Sin excepción». Una norma en consonancia con la advertencia que la Organización Mundial de la Salud realizó más de 150 años después: “La transmisión cruzada de microorganismos por parte de los trabajadores de la salud se considera la ruta principal de propagación de infecciones nosocomiales y no vinculada a la razón original del ingreso hospitalario”.