Francisco López Muñoz, profesor de Farmacología y vicerrector de Investigación, Ciencia y Doctorado de la Universidad Camilo José Cela y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), protagoniza junto a Francisco Pérez Fernández, profesor de Psicología y Criminología y Seguridad, y Heriberto Janosch González, profesor de Criminología y Seguridad, ambos en la Universidad Camilo José Cela, el artículo «La autopsia psicológica, método clave para esclarecer una muerte inexplicable«, publicado en el diario «La Vanguardia» el pasado 8 de mayo después de que los tres expertos publicasen un estudio sobre esta materia en el primer número de «Logos», la revista científica del Centro Universitario de la Guardia Civil. La Newsletter de la RAED también recogió sus conclusiones en el artículo «La autopsia psicológica como tecnología auxiliar del análisis de conducta y la investigación policial».
Los autores exponen las vías que ofrecen las pesquisas psicológicas para determinar si una persona fallecida se ha suicidado o ha sido víctima de una muerte accidental o incluso de un homicidio. «Por mucho que los equipos de forenses cuenten hoy en día con una amplia formación, la aplicación de las últimas tecnologías y un exhaustivo protocolo para extraer conclusiones claras tanto de la investigación del deceso como de una rigurosa autopsia fisiológica, hay veces en las que resulta prácticamente inviable dictaminar con el 100% de certeza la causa de una muerte», plantea el artículo firmado por la periodista Anna Tomàs.
«La autopsia psicológica empezó a emplearse en nuestro país a finales de los años 80 del siglo pasado en el ámbito forense del cuerpo de la Guardia Civil. La Policía Nacional lo está empleando cada vez más desde los años 90. No tenemos un porcentaje claro de su incidencia, porque no se contabilizan específicamente los casos y porque no se trata de una ciencia exacta, pero su utilidad, incluso en denuncias por desapariciones, hace que esta técnica sea cada vez más necesaria. Por otra parte, muchas veces su utilización en la resolución de un caso no se hace pública por petición de las partes implicadas”, explica el académico en esta publicación.
Este método parte de la premisa, comúnmente aceptada tanto por criminólogos como por psicólogos forenses de que, de alguna manera, toda víctima de una muerte producida en circunstancias confusas deja unas «huellas psicológicas» que pueden esclarecer las causas de su fallecimiento en sus relaciones familiares, en su relación laboral, en sus hábitos y en las conductas previas a su defunción… Por lo tanto, de lo que se trata es de reseguir esas huellas en el comportamiento del finado en sus últimos días u horas de vida para buscar explicaciones en su conducta y su psiquismo, y esclarecer así qué es lo que realmente ha sucedido, prosigue el artículo.
Los especialistas explican que el análisis de conducta es, en realidad, una tecnología de análisis inverso que trata de generar hipótesis de investigación tentativas y nunca cerradas a partir de la información fragmentaria que proporciona un problema ya dado: el delito particular cometido tal y como se presenta. Eso hace que el analista de conducta deba responder al perfil de un profesional que, a partir de un estudio proactivo, sistemático y concienzudo de la información disponible en las diferentes instancias del proceso de investigación criminal, desarrolle orientaciones y estrategias útiles al agente de campo.