Francisco González de Posada, presidente de la Academia de Ciencias, Ingeniería y Humanidades de Lanzarote y colaborador habitual de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), participó el pasado 19 de febrero en la sesión interacadémica que la Real Academia de Ingeniería organizó junto a la Real Academia Nacional de Farmacia, la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras y la Academia Joven de España bajo el título «Inteligencia Artificial (IA): el valor de los datos». El encuentro se celebró en la sede madrileña de la Academia de Ingeniería con el apoyo del Instituto de España.
La sesión continúa un ciclo en el que muy reconocidos expertos presentan, en términos de alta divulgación, necesidades y oportunidades en diversos ámbitos del saber y de las sociedades, proponiendo algunos casos de uso relevantes con el propósito de facilitar mejores perspectivas y una apropiada comprensión de los fundamentos y los beneficios potenciales, así como de los riesgos que deben controlarse, del desarrollo y la utilización de la Inteligencia Artificial. Tanto conceptualmente como sus aplicaciones y efectos -reales, posibles o simplemente imaginados-, la IA recibe actualmente intensa y masiva atención, muchas veces no recompensada a causa de limitados conocimientos sobre ella.
Sobre todo ello reflexionaron Antonio Colino, presidente de la Real Academia de Ingeniería, que condujo el acto y el posterior debate; Aníbal Figueiras, académico de número de esta misma Real Academia; Javier Martínez Moguerza, miembro de la Academia Joven de España; Vicente Liern, académico de número de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, y el propio Francisco González de Posada, quien en su disertación presentó la figura de Leonardo Torres Quevedo como el precursor de la Inteligencia Artificial en los albores del siglo XX.
Torres Quevedo introdujo la inteligencia artificial bajo el concepto «automático». Fue un gran inventor que publicó sus trabajos en francés porque la comunidad científica española no era suficientemente receptiva. Pese a eso describió en un artículo en castellano las características de los autómatas: «Los autómatas deberán tener sentidos: termómetros, brújulas, sensores, etc.. Los autómatas deberán tener miembros: máquinas que hagan las funciones exigidas. Los autómatas deberán tener energía: acumuladores, baterías, etc… Los autómatas deberán tener discernimiento». Todo esto se publicaba en 1914, cuando la ciencia en España no jugaba ningún papel relevante. Por eso en 1920 presentó en París el aritmómetro electromecánico, la primera calculadora digital. González de Posada solicitó celebrar el centenario de esta presentación para situar a España en el inicio de las investigaciones sobre Inteligencia Artificial.
La sesión se concluyó con la petición a los estados y a la propia Unión Europea de inversiones para la investigación en IA que aunque no permitan superar a Estados Unidos y China sí consigan que Europa no pierdan el tren de esta nueva disciplina científica.