La Junta General Extraordinaria de la RAED designa académicos de honor a Hélène Langevin-Joliot y Pierre Joliot-Curie, nietos de Marie y Pierre Curie

Familia, Pierre y Marie Curie con su hija Irène, c. 1904, poco después de que la pareja hubiera compartido el Premio Nobel de Física

Familia, Pierre y Marie Curie con su hija Irène, c. 1904, poco después de que la pareja hubiera compartido el Premio Nobel de Física

La Junta General Extraordinaria de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED) eligió el pasado 11 de abril como académicos de honor a Hélène Langevin-Joliot, doctora en  Física Nuclear por la Universidad de París, y a Pierre Joliot-Curie, doctor en Bioquímica por la Universidad de París. Se da la circunstancia que ambos hermanos, científicos de gran relevancia internacional, son los nietos e hijos de cuatro premios Nobel: Marie Curie, Pierre Curie, Irène Curie, Pierre Joliot.

Ambos son nietos de Marie Curie, quien obtuvo el preciado galardón en dos ocasiones, en 1903 el de Física y en 1911 el de Química. También contaron con esta distinción su abuelo Pierre, esposo de Marie, y sus padres Frédéric e Irène Joliot-Curie. Hélène Langevin-Joliot (París, 19 de septiembre de 1927) no llegó a conocer a su abuelo y tenía 7 años cuando murió su abuela Marie, una mujer cariñosa y dulce que jugaba con ella en el parque, la llevaba a pasear por la orilla del Sena y la envolvía de amor y ternura. Fue a partir de los 15 años cuando empezó a tener conciencia de la importancia del trabajo de su abuela y de la repercusión que tenía el decir su nombre o el de sus padres en todo el mundo. «De pequeña yo no era consciente de nada de eso. Sólo eran mi abuela y mis padres, nada más».

Marie, Irene y Héléne, tres generaciones de físicas Curie M.V.

Marie, Irene y Héléne, tres generaciones de físicas Curie M.V.

Hélène terminó sus estudios de bachillerato con muy buenas notas. En su casa se hablaba de ciencia continuamente y ella pensaba que era un trabajo fácil, así que se dejó llevar por aquel impulso y por la sensación de poder ser feliz a través de su profesión, porque en casa nunca le plantearon que la ciencia era para tener reconocimiento público, sino más bien una sensación de juego, de disfrutar. «Ésas fueron las vivencias que me empujaron a ser física nuclear», afirma.

«Mi abuelo Pierre era un pensador y un científico del más alto nivel que representa el final del siglo XIX y principios del XX. Marie fue un ejemplo de tenacidad, trabajo y organización. Si había algo que quería hacer, nada se le resistía. Mi madre era más parecida a Pierre, siempre decía que por eso yo me entendía tan bien con Marie. Mi padre era todo fuegos de artificio, un hombre exuberante, elegante, que siempre intentaba convencer a su interlocutor. Mi madre se limitaba a dar su opinión, pero mi padre quería convencer». Hélène se siente orgullosa de haber sido tan tenaz y de seguir trabajando aún, a sus 92 años.

Marie Curie, Irène Joliot-Curie, Pierre Joliot (el bebé), Hélène Langevin-Joliot, Frédéric Joliot-Curie y su madre Emilie

Marie Curie, Irène Joliot-Curie, Pierre Joliot (el bebé), Hélène Langevin-Joliot, Frédéric Joliot-Curie y su madre Emilie

Pierre Joliot-Curie (París, 1932) es un gran científico que a sus  87 años sigue en activo y ofrece conferencias por el mundo. «Nunca he ganado un Nobel ni aspiro a ello», afirma el nieto de Pierre y Marie Curie e hijo de Fréderic e Irène Joliot-Curie. Para él, biólogo especializado en la fotosíntesis, la competitividad es destructiva. En su opinión, la ciencia es el arte de hacer descubrimientos de fenómenos que se correspondan con la realidad. Para ello es imprescindible la imaginación, el riesgo y no temer al error.

Trabaja en pareja, igual que lo hicieron sus padres y abuelos, pero mantiene las distancias. «Lo que tenemos en común es que combinamos dos personalidades opuestas. No puedo imaginar dos personas más distintas que Pierre y Marie Curie: él era un poeta de la ciencia. Ella, una luchadora. Su combinación fue extraordinaria», explica. Joliot-Curie recuerda su infancia como una época muy feliz. Sus padres llevaban la ciencia a casa, pero, a diferencia de su hermana, «que era una estudiante excelente», el biólogo se define como una persona perezosa: «Siempre lo fui. Todavía hoy. No abrí el laboratorio porque quiera el bien para la sociedad, sino porque es lo que me divierte». Lo importante para él es la búsqueda, mantener viva la investigación. Citando a su abuela, recuerda: «La investigación es la última forma de aventura que le queda al hombre».