Ingreso
Sr. Fernando Ónega López ingresa como Académico de Honor de la RAED
Paraninfo de la Universidad complutense de Madrid, calle San Bernardo 49, Madrid, 28015
Jueves, 13 Marzo 2025
12:00 h
Formato: Presencial y streaming
Inscripción: Se ruega confirmación de asistencia en Secretaría: secretaria@raed.academy o al tel. 93 667 40 54

Sr. Fernando Ónega
El Excmo. Sr. Fernando Ónega López, Periodista, ingresa como Académico de Honor de la Real Academia Europea de Doctores, con el discurso «La agonía del estado».
Responde: Excmo. Sr. Dr. José Ramón Calvo Fernández, Doctor en Medicina y Cirugía
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Introducción al discurso «La agonía del Estado» por D. Fernando Ónega
He tenido la osadía de copiar al colosal Miguel de Unamuno, porque su apelación a la palabra “agonía” en su “Agonía del Cristianismo” se aproxima a lo que vengo a deciros sobre el Estado. “Agonía, escribió don Miguel, quiere decir lucha. Agoniza el que vive luchando, luchando contra la vida misma. Y contra la muerte. La agonía es, pues, lucha”. Fin de la cita.
Llevo estas reflexiones al mundo laico, a veces agnóstico, del Estado y comienzo con una arriesgada tesis: este periodo pasará a la historia como uno de los tiempos en que no sabíamos qué hacer con él. Ni con él ni con nada, porque yo siempre pensé que la próxima gran guerra sería por el agua, y va a ser por el capricho de dos salteadores de caminos que se llaman Putin y Trump.
Como llevo la duda inyectada en mis venas, soy el dudador mayor del Reino y, encima, gallego, debo empezar por una pregunta: “¿Existe el Estado?” La escucho en mi aldea cuando piden y nadie les escucha, pero también la leí en un libro clásico, “El Estado”, del clásico Helmut Kuhn.
Digo yo, señor Kuhn, con elemental lógica de campesino que, si tanto se habla y tanto se escribe sobre el Estado, alguna existencia debe tener. Para ser sincero por una vez en mi vida, me ocurre lo mismo que a San Agustín con el tiempo: “Si no me preguntan qué es el tiempo, lo sé; pero si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé”. Algo muy parecido me sucede con el Estado. Y seguro que el Estado, cuando se mira a sí mismo y se pregunta quién es, responde: “No sé quién soy, pero soy”.
El primer impulso me lleva a sospechar que el Estado es, como se dice ahora, “lo más”, que en el lenguaje proletario siempre fue “la de Dios”. Cuando algo suyo lo manchan sucias manos o lo contaminan nuestros débiles juicios, se oye la voz del Altísimo: “No lo toquéis, asunto de Estado”. Cuando los jerarcas entienden que algo no lo debemos conocer los míseros humanos, le ponen un sello que dice “secreto de Estado”. Cuando se descalifica a alguien, se le reprocha: no tiene sentido de Estado. Y cuando alguien entiende mis necesidades, aunque no lo satisfaga, que incluso podría gobernar un país, y que reconoce algún derecho social –tampoco es preciso que sean todos—, se le rinden honores de “hombre de Estado”. Raras veces se dice “mujer de Estado”, sabe Dios por qué razón, tradición o marginación.
Otra cara menos respetuosa, pero útil: a los “indepes”, sobre todo catalanes y vascos, les produce urticaria la palabra España (“la palabra es un déspota todopoderoso”, decía Gorgias), les alivia no pronunciar ese nombre y referirse en mítines y otras intimidades al “Estado español”. España no existe, el Estado español, sí.
Respecto a los republicanos, incluso los que han jurado o prometido “lealtad al rey”, jamás usan las palabras “rey” o “monarca”. Encuentran alivio para su conciencia en la expresión “Jefe de Estado”, aunque haya sido el título oficial de Franco.
Segunda duda: ¿es importante el Estado? Acabo de apuntar que es “lo más”, “la de Dios”. Fijaos si será lo más y la de Dios, que Fraga escribió esta apología: “Tan importante como la brújula, la pólvora o la imprenta, el Estado nacional moderno supuso un descubrimiento de la mayor trascendencia”.
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