Joan Francesc Pont, académico de número y miembro de la Junta de Gobierno de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), reflexionó sobre la figura del reconocido humanista Erasmo de Rotterdam y su contribución a la Europa de hoy, que conocimos durante el IV Acto Internacional-Congreso Europeo de Investigaciones Interdisciplinarias de la RAED, que se celebró el pasado mes de julio en diversas capitales del Mediterráneo. Pont expuso el trabajo «Erasmo de Rotterdam: el helenismo constructor de una Europa humanista», en el que esbozó la figura de este pensador del Renacimiento y señaló sus principales contribuciones y su importante herencia para la sociedad y el pensamiento actuales.
«Erasmo de Rotterdam (1466-1536) no dejó nunca de fundamentar su sabiduría en el helenismo, habiendo sido el griego la lengua a través de la cual realizó su exégesis de la Biblia de los Setenta con preferencia sobre la Vulgata -explicó el académico-. En su esfuerzo ímprobo por recuperar un latín expresivo y elegante que superara el pobre lenguaje eclesiástico, Erasmo bebe en las fuentes griegas y, aunque recoge frases de la Biblia, se orienta a reconocer que la verdadera metáfora se halla en la literatura pagana. Erasmo dedicó 35 años de su vida a escribir los adagios, que él definía como una frase de uso común caracterizada por su sutil novedad. Para él, conocer estos adagios conducía a la filosofía, a la belleza y a la gracia del discurso, a la comprensión de los mejores autores. La investigación sobre el griego va mucho más allá de la filología para constituir un servicio a la causa del redescubrimiento del helenismo».
Para Pont, la Europa actual no se entiende sin ese sustrato humanista que nació con Erasmo y otras figuras que supieron aunar cristianismo y libertad. Ahora, sin embargo, esa Europa se halla en peligro por las múltiples escisiones que la amenazan. «El humanismo siempre ha deseado la unidad de Europa -prosiguió Pont con su exposición-. Erasmo trató de mantener su independencia entre Roma y Lutero cuando las guerras de religión substituyeron a las disputas teológicas. Los dogmáticos de uno y otro lado acusaron a Erasmo de no ser más que un hombre y de no hablar la lengua del espíritu. En realidad, él era el último hombre, si se me permite la expresión, y huía de la teología, de la política de Estado, de las disputas entre iglesias para recluirse en su cuarto de estudio. Se escapaba del ruido y se refugiaba en el silencio de los libros, donde aún creía que podía ser útil a la humanidad».
En ese incesante retorno al helenismo, Erasmo también rescató pensamientos de filósofos como Sócrates. «Y de Sócrates, a través de Erasmo, hemos aprendido la necesidad de ser críticos -añadió Pont-. Eso requiere talento y coraje, adoptar la actitud crítica como una virtud y, en definitiva, ser capaces de obedecer o de desobedecer, de consentir o de disentir, de acuerdo no con el reclamo de falsos gurús, sino desde el ejercicio de nuestra autonomía moral, corazón del humanismo».