José Mª Gay de Liébana
Profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona
Académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED)

Zozobrando

A la madrugada se la puede temer y parafraseando al inolvidable Luis Eduardo Aute presiento que tras la noche del virus vendrá la noche económica más larga. Amenazan las previsiones del Fondo Monetario Internacional que hacen sangrar la economía mundial y al filo de su guadaña vendrá la parca buscando economías vulnerables y enfermizas. ¿Cómo será el día que al alba se avecina?

La flota económica mundial, castigada por el fuerte oleaje, atraviesa aguas bravías, causando estragos a bordo, cayendo el producto mundial al 3% en 2020. Nuestra nave, la de la economía española, zozobra. Huele a naufragio. ¿Qué es sino una caída del 8% en nuestra economía en 2020?

Acaso, si el amanecer de 2021 pintara despejado, con aguas calmadas y vientos a favor, algo de ese lastre económico de 2020 recuperaríamos, creciendo al 4,3%. Pero todas las fuerzas del universo tendrían que alinearse, primero y, después, sumar.

Dr. José María Gay de Liébana

Dr. José María Gay de Liébana

El naufragio se cobra víctimas, no sólo en forma de desapariciones de navegantes que son empresas, las más débiles, incapaces de nadar hasta la orilla de 2021, sino, lo más cruel, con abordaje al empleo, hundiendo el paro al 21% en 2020, liderando junto a Grecia (22%) el desempleo de Europa y doblando al de la Eurozona (10%).

Éste es nuestro destino en 2020. Navegar por un mar agitado, como éste de la crisis económica del gran confinamiento, exige que nuestra nave aguante firmemente, sin escorarse, sin bamboleos, siguiendo un rumbo fijo y surcando con seguridad un mar proceloso. El buen hacer del capitán y de la tripulación permitirían enfilar hacia puerto al socaire y pisar tierra firme. Ésta sería la crónica de vocación marinera, a guisa de rumbosa parábola para España. Pero, como cantaba Aute: Cine, cine, cine, más cine por favor, que todo en la vida es cine y los sueños cine son…

Reconstrucción de España

La etapa post-Covid 19 tiene que implementarse hoy mismo. Hay que reconstruir la España económica con frescura de ideas, talento y liderazgos, soslayando ideologías políticas e ínfulas populistas, actuando con responsabilidad y conciencia social para que España arranque, valiéndonos por nosotros mismos sin tanta dependencia del turismo. La crisis económica nos dañará mucho.

Primera pata de la reconstrucción: nuestra extraordinaria sanidad necesita estar dotada con suficientes recursos para erigirse en firme baluarte de nuestra solvencia económica, con su excepcional capital humano. Y contamos con una valiosa industria farmacéutica, investigadores que con recursos harían milagros en I+D, laboratorios y centros investigadores excelentes.

La segunda pata de la reconstrucción económica de España: la apremiante reindustrialización de España. Adolecemos de una fragilidad palmaria: la industria sólo aporta el 11% del PIB. España debe reconvertir su modelo económico y encararse hacia un país industrial y tecnológico, con capacidad exportadora y menor dependencia importadora. ¿Cómo hacerlo? Con empresas que relocalicen su actividad acá con su experiencia internacional. Creando polos de desarrollo económico en la España interior y periférica, repoblando la España despoblada, con adecuadas infraestructuras y mejorando las actuales. Polos de desarrollo cuyos ejes vertebradores serían las universidades de la España interior, promoviendo zonas de bajo perfil económico y creando empleo. Eso exige estímulos fiscales como acicate para impulsar esos polos y suficiencia crediticia para proyectos inversores. El Estado, al poner en marcha un plan de infraestructuras, dinamiza la economía creando empleo y actuando como tractor.

La tercera pata de la reconstrucción económica de España en la era post-Covid 19 es el campo. No sé si durante años hemos menospreciado la importancia de nuestro sector primario cuyo peso en el PIB en 2019 sólo fue del 2,7% a diferencia de los felices años 60 cuando superaba el 22% y daba empleo al 40% de los trabajadores, mientras que hoy solo ocupa al 4%.

Estas semanas de penurias y confinamiento, del ¡uy! en el cuerpo por si llegan suministros desde otros países, hay un sector que está a diario poniéndose en el tajo por todos nosotros, que ha dejado de lado justas reclamaciones y se entrega con generosidad ejemplar: nuestro sector primario que nos asegura el abastecimiento de productos básicos para sobrevivir en estas circunstancias. ¡Qué es imprescindible en un país tal y como ahora se demuestra!

Un sector primario, agroalimentario, fuerte y solvente. ¿Lo tenemos en España? ¡Desde luego, de alto nivel y exclusiva calidad! ¿Qué hay que hacer? Que nuestro sector primario se ponga a tope, se encuentre a gusto, dotándolo de cuantos recursos necesite para así adquirir un empuje determinante. No solo nuestro sector primario abastece al mercado español; su prestigio le abre puertas por doquier en el exterior, constituyendo una baza determinante para exportar.

Pero también éste es el momento de la formación profesional, de la formación dual, la gran apuesta del presente y del futuro inmediato, al estilo de Alemania, Suiza, Austria, fortaleciendo nuestra industria y nuestro sector primario, nuestro modelo productivo, vigorizando el empleo. En definitiva, hemos de construir la España que necesitamos. La crisis, como reza el tópico, siempre es una oportunidad.

Liquidez, divino tesoro

A veces uno tiene complejo de pelma y de cuidado hablando de la calidad de la inversión empresarial, de cómo son los activos de las empresas líderes, las que cortan el bacalao. Apple y Google aúnan esfuerzos para que en pocas semanas dispongamos de soluciones efectivas para contener la pandemia de la Covid-19. A ellas me refiero de inmediato.

Pero es preciso señalar que esta crisis económica que se está cociendo, a diferencia de 2008, que fue una crisis de deuda, es una crisis de liquidez. La abrupta paralización de la actividad económica, el hecho de que de la noche a la mañana un gran número de empresas dejen de facturar y cobrar, impide cualquier indicio de viabilidad. Una de las principales debilidades de esta crisis radica en la falta de liquidez que ahoga a autónomos y pymes, arrinconándoles contra las cuerdas.

El paradigma de las grandes tecnológicas, a la sazón, constituye una lección de cómo se tiene que invertir. Al concluir el ejercicio 2019, entre Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon y Facebook tenían en caja, o sea, en dinero en metálico, 569.268 millones de dólares, equivalentes al 46% del PIB de España. Apple sumaba en su balance dinero contante y sonante por el 61% de su activo total; Alphabet, la madre de Google, el 48%, y Microsoft, otro 48%.

En territorio español, Mercadona, pese a su fuerte ritmo inversor, contaba con casi 2.000 millones en caja e Inditex con 6.800 millones.

La búsqueda inmediata de la liquidez es la prioridad, labor en la que la banca está comprometida. Se frenan repartos de dividendos, se posponen inversiones, se refinancia deuda, se liquida stock con rebajas… La consigna es acopiar liquidez como salvoconducto para encajar los embates críticos. Eso y contar con un buen colchón de recursos propios que prevalezca sobre endeudamientos moderados, son armas fundamentales para intentar salir airosos del envite del coronavirus en la esfera empresarial.

¿Dónde está el dinero?

No hay dinero por parte del Estado para afrontar el apocalipsis económico que se vislumbra. Y no será porque los españoles no hayamos apoquinado todos estos años, pasando de pagar en 2011, 350.000 millones de euros entre impuestos y cotizaciones sociales a 440.000 millones en 2019. Sin embargo, la trituradora de gasto público que es nuestro estado ha devorado nuestras contribuciones y tiene la caja seca y la deuda al límite.

Días atrás, Kristalina Georgeiva, directora-gerente del FMI lo decía: cuando se conozcan las perspectivas de la economía mundial estaremos ante las peores secuelas económicas desde la Gran Depresión. Ambiente, pues, apocalíptico, con 170 países cuyas economías se desploman y una crisis que golpea sin piedad al comercio minorista, hostelería, transporte y turismo, cobrándose víctimas en autónomos, empleados de pequeñas y medianas empresas y abocando a los infiernos a las pymes.

El FMI apela a proteger a las personas y empresas afectadas con medidas fiscales, incluyendo aplazar el pago de impuestos.

¿Dónde está en España la protección por parte del Gobierno a las empresas o es que también por orden ministerial se las intervendrá? Es imperativo tender un salvavidas a los hogares y las empresas, afirma la señora Georgieva. En teoría, a España tendrían que llegar 24.000 millones de euros del dinero desbloqueado por el MEDE como ayuda europea, ojo, a título de préstamo laxo sin condiciones, para afrontar los costes sanitarios del virus. Con eso no hay para empezar. Nuestro Gobierno no mueve ficha en favor del tejido empresarial y la debacle tendrá tintes apocalípticos. De 2015 a 2019, nuestro estado ha ingresado 2.245.534 millones de euros y sus pasivos han aumentado en 266.584 millones. ¿Dónde está el dinero? ¿Se ha actuado con diligencia o es la propia gestión del Estado la que nos precipita al apocalipsis?

Crisis, déficit y endeudamiento

Los jinetes del apocalipsis cabalgan de nuevo: déficit fiscal y deuda pública. Ni estabilidad, ni presupuestos, ni elucubraciones celestiales. Mordemos el polvo.

Si las crisis de 2008 fue una crisis causada por ligerezas crediticias del sistema financiero tanto aquende como allende, con un foco muy centrado en el sector inmobiliario y en las hipotecas subprime y especímenes similares, la crisis de 2020 tiene peores visos. Es una crisis de las cuentas públicas, de las finanzas del Estado, de la insolvencia de la España estatal que arrastra consigo a la economía productiva y aniquila a parte del tejido empresarial. No es descabellado afirmar que está preocupando tanto la Covid-19 como el shock económico y los aldabonazos de crisis. Que nuestro déficit público se sitúe en el 9,5% del PIB en 2020 y que en 2021 pueda ser del 6,7%, cuando menos, es un golpe muy duro. Hablamos de más, bastante más, de 100.000 millones de euros que se perderán en 2020 y de unos 80.000 millones de euros en 2021, es decir, que entre este año y el próximo sumaremos en torno a los 200.000 millones de euros de más déficit, que acumulado a los 821.000 millones cosechados desde 2008 hasta 2019, totaliza un montante deficitario de la España del siglo XXI de ¡superior al billón de euros, casi todo el PIB que somos capaces de producir en un año!

Y eso que España es el país que menos gasto público destina a ayudar a sus empresas y luchar contra la Covid-19: 1,2% del PIB, o sea, apenas 17.000 millones de euros a diferencia de otros países como Australia, que destina el 10,6%; Japón, 10%; Estados Unidos, 6,9% o Alemania, 4,4%. Y la deuda pública rondará al acabar 2020 la friolera de 1,3 billones de euros. O alguien nos salva o la suerte de nuestras finanzas públicas está echada a las fieras que devorarán nuestras endeble posición.