Francisco López Muñoz
Profesor de Farmacología, vicerrector de Investigación y Ciencia y director de la Escuela Internacional de Doctorado de la Universidad Camilo José Cela y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED)
Artículo publicado en el portal especializado The Conversation el 22 de marzo de 2022
Francisco López Muñoz, profesor de Farmacología de la Universidad Camilo José Cela y académico de número de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED), aborda en el artículo «El polígrafo: la historia de una máquina que no funciona», publicado en el portal especializado The Conversation el pasado 22 de marzo y en diversos medios españoles e hispanoamericanos, entre ellos el diario «ABC», el origen y la evolución de esta «máquina de la verdad» a la que aún se sigue recurriendo en análisis forenses policiales y judiciales pese a su desprestigio por parte de la comunidad científica. El académico firma el artículo junto a , profesor de Psicología Criminal, Psicología de la Delincuencia, Antropología y Sociología Criminal de la misma universidad.
Los dos estudiosos señalan el origen de este aparato en los estudios del psicólogo estadounidense de origen alemán Hugo Münsterberg, quien lo utilizó a finales del siglo XIX y principios del XX para establecer correlaciones entre las medidas registradas y la veracidad de los testimonios emitidos durante un proceso judicial y estableció la idea de que existía un rastro fisiológico directo y observable de la mentira. «En sus vehementes textos apologéticos, Münsterberg defendió que la medida fisiológica de la sinceridad del testigo debería aplicarse al campo de la justicia. Hoy es obvio que se equivocaba. No existe un único patrón de respuesta fisiológica asociado a la mentira, del mismo modo que no se puede asegurar que una alteración fisiológica pueda vincularse de manera fidedigna a la mentira o a cualquier otra emoción paralela», señalan.
Para López Muñoz y Pérez Fernández, fue uno de los alumnos de Münsterberg, William Moulton Marston, quien pensó que sería posible medir tales parámetros fisiológicos específicos y diseñar una técnica de interrogatorio que los objetivara, aunque en 1921, tras culminar su tesis doctoral, con la que sentó las bases teóricas del polígrafo, no había logrado ninguno de sus objetivos dentro de parámetros científicos verificables. Pese a ello, la máquina fue cobrando popularidad y otros dos estudiosos estadounidenses, Leonard Keeler y John Larson, trataron de mejorarla, aunque también con resultados dudosos y contradictorios.
«La controversia ha sido una constante a la hora de validar la eficacia de este tipo de aparatologías, cuya penetración en la cultura popular ha sido enorme, pero cuyo rigor científico siempre ha estado en entredicho. El propio Larson reconoció que su técnica tenía serias limitaciones y nunca estuvo de acuerdo con la enorme importancia que otros llegaron a concederle, ni con su uso indiscriminado y políticamente discutible, al punto de que en 1961 llegó a lamentar el haber formado parte en su desarrollo. Los partidarios más enconados del polígrafo defienden con gran optimismo que su tasa de acierto supera el 90 %. Otros investigadores, más objetivos, estimarían su fiabilidad, siempre asumiendo la tesis indemostrada de que la mentira tiene un registro fisiológico propio, entre el 64 % y el 85 % de casos», concluyen los expertos.