TRIBUNA PLURAL
La revista científica

Núm. 152/2017

Lutero 500 años después (1517-2017)

Mejora de la viabilidad de las empresas familiares

control de micotoxinas en alimentación y salud pública

La aplicación del principio de subsidiaridad



CRÉDITOS


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Edición impresa ISSN: 2339-997X
Edición electrónica ISSN: 2385-345X
Depósito Legal: B 12510 – 2014

Fecha de publicación: septiembre 2017

www.raed.academy



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Joan Francesc Pont Clemente y Alfredo Rocafort Nicolau

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Joan-Francesc Pont Clemente

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SECRETARIO

José Luis Salido Banús

Secretario General de la Junta de Gobierno

EDITADA POR

Real Academia Europea de Doctores

Joan Francesc Pont Clemente y Alfredo Rocafort Nicolau

PRESENTACIÓN

JOAN FRANCESC PONT CLEMENTE

ALFREDO ROCAFORT NICOLAU

La Revista evoca esta vez a Martín Lutero con un conjunto de estudios, coordinados e introducidos por el Dr. Josep-Ignasi Saranyana, al cumplirse quinientos años de la Reforma. La fecha emblemática es el 31 de octubre de 1517, correspondiente a la declaración de las 95 tesis, clavadas en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg (Alemania). La Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum fue, en realidad, una rebelión contra los peculiares mecanismos impositivos de la Iglesia de Roma, acrecentados hasta lo insoportable para tratar de financiar la Basílica de San Pedro. Puede que las tesis no fueran clavadas en la iglesia, un dato no contrastado que quizá sea
un mito, pero no es menos cierto que supusieron el inicio de una revolución en el cristianismo que trazaría un itinerario religioso de transición desde la heteronomía moral del catolicismo hasta la autonomía ética del protestantismo, construida poco a poco alrededor del concepto de libre examen.

Los autores que han contribuido al estudio sobre Lutero son presentados con detalle por el propio Dr. Saranyana en su texto introductorio: Salvador de Brocà, Josep Castanyé, Holger Luebs y Macià Riutort. Precisamente, Josep-Ignasi Saranyana participó del 29 al 31 de marzo de este año en el congreso organizado por el Pontificio Comité para las Ciencias Históricas en Roma, en el que se congregaron especialistas católicos y luteranos de Noruega, Alemania, Bélgica, Francia, Italia, España, Estados Unidos y México.

El seminario romano fue la primera ocasión en que la Iglesia católica, a su máximo nivel, pues los participantes fueron recibidos por el papa Francisco, se ocupaba del tema. El coloquio impulsado por la Real Academia Europea de Doctores (RAED) constituye también un hito, dado el extraordinario desconocimiento que la sociedad española tiene sobre la Reforma. Tierra abonada, como es sabido, por el Concilio de Trento (1545-1563), España no ha sido nada proclive ni al libre examen ni a la tolerancia religiosa y la obra de Lutero es asombrosamente desconocida. Sin embargo, los protestantes han sufrido persecución a lo largo de los últimos cinco siglos, empezando por la Inquisición y acabando por el franquismo (que obligaba a sus fieles a inscribirse en el registro de cultos disidentes encargado a las comisarías de policía).

El coloquio de nuestra Academia se inscribe, por tanto, con letras de molde en el cumplimiento de una de nuestras finalidades: ser refugio de los heterodoxos perseguidos por defender ideas distintas a las dominantes.

Otro coloquio, de naturaleza muy distinta, ha ocupado también los afanes académicos, esta vez dedicado a la mejora de la viabilidad de las empresas familiares, dirigido por Miguel Ángel Gallo, un verdadero precursor en el estudio del tema en nuestro país.

La aportación internacional llega de la mano de un autor ya conocido por nuestros lectores, Enrique Sada Sandoval, quien analiza los años de forja del Estado mexicano (1821-1840).

El capítulo de investigación recoge los trabajos de Pere Costa Batllori (Los huevos tóxicos o la eficacia de una RASFF), de Byron Enrique Borja Caicedo y M. Àngels Calvo Torras (Control de microtoxinas en alimentación y salud pública); de Félix de la Fuente Pascual (La aplicación parcial del principio de subsidiariedad es contraria al Tratado de la UE, se enfrenta al principio de solidaridad y fomenta los nacionalismos de Estado), y de Miquel Ventura (Costa Brava 2020 Reserva de la Biosfera. Retos y oportunidades de innovar integrando el uso sostenible del territorio y el mar).

La vida académica ha tenido durante el período dos puntos culminantes: el Encuentro en Fuerteventura, Canarias, celebrado en colaboración con el IESE y la Universidad de Las Palmas entre los días 8 y 11 de junio, y el crucero científico por el Báltico realizado entre los días 15 y 22 de julio con actividades en el propio buque y en Estocolmo (Suecia). En el capítulo correspondiente, el lector hallará una cumplida crónica de ambos acontecimientos, que han supuesto, ciertamente, dos hitos en la vida de la RAED, concebida en su triple dimensión de ámbito: de sociabilidad, de laboratorio de ideas y de vector de la presencia de los científicos españoles en el mundo, en cuanto que integrantes del espacio europeo de investigación.

Las páginas finales se completan con los ingresos de los académicos Daniel Turbón, José Ramón Calvo, Montserrat Casanovas y Javier Aranceta, así como la entrevista con el Dr. Pedro Clarós, un médico humanista cuyo perfil vital aflora con sencillez y pasión en sus respuestas.

El 13 de octubre, como cada año desde 1981, ha tenido lugar en Montjuic la ofrenda floral a Francisco Ferrer Guardia, fusilado en aquella montaña en tal fecha, del año 1909. Murió por defender el libre examen, precisamente, la aportación de Martín Lutero a la historia del pensamiento. Evocar a Ferrer Guardia nos puede servir para iniciar una reflexión sobre el papel de las Academias en este siglo. Ferrer, como Thomas Paine, pensaba que el mundo era su patria y que hacer el bien era su religión. Como Blaise Pascal, Ferrer Guardia comprendía que los seres humanos nunca hacen el mal de forma tan completa e intensa como cuando actúan movidos por una convicción dogmática. Como Ralph Waldo Emerson, Ferrer consideraba que no había nada más sagrado que la integridad de nuestro pensamiento. De la misma forma que Voltaire nos
había advertido que si creemos en cosas absurdas, acabaremos cometiendo atrocidades, el racionalismo de Ferrer Guardia es una lección suave sobre la libertad de la ciencia y de investigación, sobre la incapacidad de poseer la verdad y sobre la aceptación de nuestros límites, al mismo tiempo que constituye un mensaje sobre la capacidad que todos tenemos para obtener resultados de nuestro esfuerzo individual y colectivo. Francisco Ferrer concebía la enseñanza racional como un método de defensa contra el error y la ignorancia, dándonos con su vida un ejemplo de inconformismo y de rebeldía y, sobre todo, un ejemplo de humanismo llevado a la práctica hasta sus últimas consecuencias.

Francisco Ferrer, ciento ocho años después de su absurda muerte, orquestada como un acto de propaganda política por Antonio Maura y Enric Prat de la Riba, insensibles a los ruegos de Joan Maragall, nos interpela, a los ciudadanos, a los científicos, a las Academias, para preguntarnos si vamos a seguir tan dormidos como aquella Barcelona de 1909. Nos interpela para exigirnos que osemos pensar por nuestra cuenta y salgamos de la rutina del conformismo, de la excusa de la crítica sin autocrítica, de la fácil imputación de la culpa de todo al otro, del egoísmo de buscar la salvación individual sin darnos cuenta de que el barco en el que viajamos es la humanidad entera. Y nosotros haríamos bien en preguntarnos cuál es nuestra contribución al diálogo cuando se exacerban las consecuencias negativas de nuevas manifestaciones de lo que Heráclito denominaba contradictio oppositorum. La contradictio es un atributo de la ciencia y la coincidentia es tan difícil que ya Nicolás de Cusa la consideraba posible únicamente en Dios. Pero la contradictio llevada al extremo solo puede conducir a un enfrentamiento irresoluble. La vía de salida quizá nos la ofreció el propio Nicolás de Cusa, primer filósofo de la Modernidad. Él proponía la docta ignorantia, es decir, el reconocimiento sincero de que desconocemos mucho más de lo que conocemos. Nos parece sugestiva esta idea: el reconocimiento de nuestra ignorancia es una forma de ignorancia instruida (y, por tanto, un atributo de las Academias). La docta ignorancia sería así una condición exigible a todos los humanistas como un potente elemento de reflexión intelectual. Quien cree que lo sabe todo comete el mismo error que quien se niega a saber, mientras que el humanista (en la estela de Lutero y de Ferrer Guardia) reconoce sus límites y, a la vez, no ceja nunca en el esfuerzo de tratar de superarlos.